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EE cl AA PIS REA, ut, pa 90 dió, seha sancionado para todos, mas no para ti. Con estas palabras concluyó el monarca su conversacion con la Reina, añadiendo que pidiese lo que más le agradasé, pues estaba dispuesto á darla la mi- tad del reino mismo, si lo quería (1); y con el mismo razonamiento recibió las últimas pinceladas el bellísimo cuadro de las glorias de la Vírgen que representaba entre oscuros tintes la excelsa Ester. Fué llamada hermana del,Rey , fué proclamada la primera de las mujeres, declarándosele que era dueñode la mitad del imperio , mejor dicho de todo él, pnes era dueño del corazon del monarca; pero todo eso era la consecuencia de su eleccion á una dignidad, que entrañaba necesariamente la exencion de una ley, que no podía incluirla á ella, no obstante que na exceptuaba á ninguno de todo el imperio. Todos sin excepcion tenían que morir si entraban á ver al Rey sin ser lla- mados , porque una ley irrevocable así lo prescribía; pero-ella no es- taba comprendida én esa ley, porque se había decretado para ella sola otra ley de iamunidad, de. exencion, de privilegio , por .exigirlo asi el haber sido llamada áser la. hermana , la querida, la esposa del mis- mo legislador. Indudablemente la reina Ester hizo sus gestiones con el monarca por un movimiento interior del Espíritu Santo; pero es preciso con- fesar, que Asuero hizo lo que hizo y habtó lo que habló, siendo di- rigido en todo por una virtud sobrenatural, mudándole Dios el cora- zon de leon en el de cordero. ¡Qué majestad al levantarse de su tro- no! ¡Qué fuego en sus pupilas , al ver que se faltaba á la ley univer- sal ! ¡Qué decision para tomar en el acto venganza del ¡osulto hecho á la inviolabilidad de la majestad! Pero apénas ve el monarca, que la que viene acercándose al trono es su amada Ester, no sólo cesa su furor, como cesan de encresparse las olas del mar al tocar á la arena, sino que se reviste de clemendia y respira amor., pero amor tierno, mezclado siempre de grandeza. ¡ Qué afectuoso se muestra con Ester! ¡Cómo la reclina en sus brazos! ¡ Qué palabras tan consoladoras la di- ce! Sorprendida debió. de estar toda la corte ,.al ver una escena tan inusitada; más sorprendida «quedó, cuando oyó que había una ley que estaba escondida en el corazon del rey Asuero, y aún no había descubierto él á nadie, Sea así, quiso decir el Rey, al extender su ce- tro de oro sobre el cuello alabastrino desu esposa; sea así , que todos incurran en pena de muerte, si se atreven á penetrar en el retrete de mi solio, donde yo ostento mi gloria; pero sepan todos que esta ley no comprende á mi querida Ester , porque tengo yo decretado que ella sola pueda acercarse 4 mí, como mi hermana, mi esposa, mi escogida entre todas las mujeres.
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