BCCPAM000542-2-34000000000000
86 llamada, porque á ella sola: ha dado el cielo suficiente virtud. para ablandar con sus miradas al gran Rey, y volver su corazon tan man- so como el de un cordero. Llegó por fin la Reina:acompañada de sus doncellas; pero ni áun siendo la reina, pudo evitar que la fuerza de la ley no ejerciera su imperio en el monarca, La sorpresa que éste tuvo, al ver venir un grupo mujeril sin ser llamada ninguna de las que lo componían , en— cendió sus ojos, y turbadas sus pupilas, no reconoció á: su amada Edisa, que le tenía robado el corazon; sólo. el desmayo que causó á ésta el ver al monarca levantarse de sn trono eon furioso aspecto, quitó al Rey la venda que el furor le había puesto. Asuero reconoció á su esposa en el color rosado de sus mejillas , y en-los tintes de bri- llante luz que despedían sus ojos, sobre los cuales una gasa de tristeza revelaba que había un dolor profundo en su corazon. El Rey no pudo ya contenerse : el amor dejó á un lado las exigencias de la majestad; su esposa valía en aquellos momentos para su corazon más que todo su reino, y más que todas las leyes universales , porque había una es- pecial para ella, que él mismo.iba á publicar en aquel instante, no sólo como legislador, sino áun haciendo él mismo de heraldo. Le- rantóse , pues, y saltó de su- trono, yendo á tomar en sus brazos á Ester, á quien consoló con estas palabras de amor y. de ternura: ¿Qué tienes Ester? Fo soy tw hermano, no lemas; no morirás, por- que esta ley no ha sido establecida para tí, sino para todos (4). Hasta aquí la historia de Ester. No es fácil descifrar todo lo que estas palabras de Asuero encierran en el: órden. típico del mundo mo- ral, si no se considera que Amán era la imágen del demonio ; el pue- blo de Persia condenado á una muerte inevitable, si alguno se atre— vía 4 entrar en el retrete del rey , lo era del linaje humano, conde- nado á no poder ver á Dios en castigo del pecado original por una ley justa é irrevocable ; y Ester, de María, llamada por el divino Asuero á ser su hermana, su querida, su paloma y su escogida. Cuando Es- ler entró á la presencia de Asuero , se encontraba todo el pueblo judío levantando sus manos al ciélo , y suplicando á Dios que pusiese en-los labios de la Reina tales palabras, que ablandasen su corazon; para que mudase su sentencia , y por el valimiento de Ester se revocase el edicto , y no se ejecutase el decreto de exterminio á: que estaban condenados. Trasladémonos por tanto á la region de los decretos di- vinos , y verémos la admirable analogía de las cosas. El demonio ha- bía introducido la muerte en el mundo, y bajo su guadaña iban ca- yendo uno por uno todos los hijos de Adan; pero llegó un momento, en que empezaba á ejecutarse cuanto el Dios de las misericordias te- (1) Est..:cap. 13, v::12 y 13,
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz