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76 LIBRO CUARTO. A LA VÍRGEN EN LAS GRANDES PRINCESAS Y REINAS. En las trasformaciones políticas por donde pasó el pueblo hebreo, se vieron acontecimientos de suyo muy significativos , y de una im- portancia muy grande para ciertas personas , que intervinieron en las escenas como parte principal de ellas, y para la misma nacion , que reportó por ello glorias , riquezas, esplendor , y triunfos sobre sus enemigos. Las mujeres que hicieron papel en esos cambios, son entre todos los descendientes de Jacob las personas que más llaman la aten- cion; porque á diferencia de otros pueblos , se las ve tomar parte en los consejos de los monarcas , y arriesgarse á empresas grandes , ho- noríficas , útiles y áun necesarias para mantener el bien público , lo que no se sabe haya sucedido en el seno de las naciones que existian ántes que fuese rehabilitada y ennoblecida la mujer por la doctrina del Redentor. Porque este la devolvió con su religion los derechos que la había quitado la brutalidad de las pasiones desarregladas, y la dió participacion en la civilizacion verdadera , y áun en la religion misma, en todo lo que es compatible con el decoro de la misma religion , y con la condicion propia de la mujer. Pero es preciso no echar en ol- vido una circunstancia muy notable, y es que cuantas veces intervi- nieron las mujeres en los negocios de los monercas antiguos , ó ad= quirieron influencia sobre ellos en el seno de las naciones idólatras, mediaron siempre motivos de carne y de sangre , pasiones violentas y desarregladas , intrigas , venganzas, iras, sensualidad, y á las veces carnicería y sangre derramada (1). Pero en el seno de la nacion esco- gida no se ve nada de esto; cuantas veces las grandes matronas se (1) No hay más que nombrar á la Helena de los griegos , á la famosa Dido , á la nombradísima Cleopatra de los egipcios, para que vengan al momento á la mente los recuerdos de su vida, poco recatada en unas, licenciosa en otras y disoluta en algunas. Aun entre los hebreos sucedió que cuando alguna mujer idólatra tuvo influencia en el gobierno, y as- cendiente en los monarcas de la familia de David, el resultado fué funes- to para la religion, para los reyes y para el pueblo. No hay más que ver á Jezabel en las faldas del Carmelo, á Atalía en el templo y los palacios de Jerusalen, y á las Moabitas y Amonitas en el alcázar de Salomon, pues ellas dieron cuenta muy pronto con los profetas muertos, los súb- ditos asesinados, y la religion verdadera sustituida por la idolatría.
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