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626 dice San Anselmo : «el amor sembrará, tanta armonía entre Dios y los santos, que éstos no querrán sino lo que Dios quiera: y aunque todos se amen recíprocamente , amarán mucho más á Dios. Por lo que, allí no sucederá á ninguno sino lo que él mismo quiera : y lo que quiera para sí mismo, lo querrá para todos : y resultará de ahí, que todos serán reyes completos, porque lo que quiera uno, lo que- rrán todos, y acaecerá : y Dios y los santos serán como un. solo rey y como un solo hombre» (1). Esto es asi, y se desprende de lo que dice el apóstol San Juan, pues cuando Jesucrislo se nos manifieste en su gloria, dice que seré mos semejantes á él (2). En vista de esto, y siendo la caridad la me- dida de la gloria, pues quien amó más, tendrá corona más refulgen- te, ¿qué imperio no tendrán las Virgenes? ¿Cuál participacion en este reino no será la de los Confesores? ¿Cuál la de los Mártires? ¿Cual la de los Apóstoles? ¿Qué imperio no tendrán los Patriarcas y los Pro= fetas? Al llegar aquí, tenemos que detenernos : la gradacion conclu= ye en estos grandes amigos de Dios : lo que viene despues es mucho más que todos los justos juntos, pues excede á todos en santidad, y áun á los Ángeles mismos , no sólo en santidad, sino en dignidad y virtud. No hablemos de éstos, de éstos que son lámparas que arden en la presencia de Dios (5), carroza sobre la cual camina el Omnipo- tente (4), y escabel donde sus piés descansan. Al inquirir cuánta es la proximidad de cada criatura al Criador, al examinar la union ín- tima que cada una tiene con él, al valorar la gloria que á cada cual cabrá en el cielo, es preciso interrumpir todo órden, el de la natu- raleza y el de la gracia, tan pronto como Se llega á pronunciar el nombre de la Madre de Dios. Porque, si bien coro hija de Adán tie- ne una naturaleza inferior á los Ángeles, adquiere proporciones lan elevadas por haber concebido y parido al Hijo de Dios, que los más encumbrados Querubines á su lado son una sombra, los Serafines un hielo, las Potestades flaqueza, los Tronos debilidad, y los Arcánge- les puros siervos. María es en el cielo lo que no pueden ser los Ánge- les, ni ninguna criatura : es lo mismo que fué en la tierra, hija de Dios, Madre de Dios, Esposa de Dios. Miéntras estuvo en la tierra, sus destinos fueron uniformes con los de su Hijo, reduciéndose á padecer con 6l, y trabajar con él para salvar al hombre y vencer á Satanás : pero, una vez rotos los lazos de su mortalidad , María empezó á vivir para reinar, recibiendo de Dios con reciprocidad todo lo que ella había hecho por él. Es esta re- ciprocidad de tal naturaleza, que no podrémos -explicarla por mucho que nos expresemos.- El Padre celestial está interesado en que su (1) Div. Anselm., ep. ad Hugon. (3) Apoc. cap. 4, Y. 5. (2) 1.* Joann, cap. 3, Y. 2 (4) Ezeq. cap. 10, y. 1.

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