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619 ménos de proporcionarme la salvacion, porque eres Madre de la vida. ¿Quién no te mira con admiracion sabiendo lo que eres? Tú eres la es- peranza inmutable, la proteccion inmóvil, el refugio perenne, la ora- cion incesante, la salud perpétua, el socorro estable, el patrocinio in- concuso, el muro inexpugnable, la fortaleza segura, el valladar lorti- ficado, la torre fortísima; el puerto de los náufragos, la reconciliacion de los criminales, la recomendacion de los condenados á morir, la bendicion de los que estaban sujetos á la pena del pecado, los rehe- nes de los pecadores, la que conviertes áun á los desesperados, la que revocas el destierro, y conduces á su patria á los desterrados (1).» «Y ¿quién sino tú, oh Señora, cuida del linaje humano despues de lu Hijo? ¿Quién nos defiende como tú en nuestras aflicciones? ¿Quién tiene como tú esa prevision que nos demuestras al librarnos de los males? ¿Quién interpone como tú ese valimiento para rogar por los pecadores? No hay uno que se salve sino por ti, oh Santísima Nadie se libra de males, sino por ti, oh Purísima. Y por lo mismo, quién no te llamará bienaventurada (2) 1» Apremiante y convincente es la consecuencia inmediata, que se nos presenta despues de vir el testimonio de diez y nueve siglos, y las palabras de los hombres más grandes en sabiduría que ha habido en ellos. Para los que creemos en Jesucristo segun nos lo enseña la Igle- sia católica, y nos gloriamos de ser hijos de su misma Madre en la regeneracion espiritual, y tenemos la dicha ¡nelable de amar á esta dulcísima y amabilísima Señora, la consecuencia es fácil y óbvia: €s la misma que el Apóstol ponía á la vista de los Hebréos , despues de haberles demostrado que eran por la fe hijos de Abrahan, y compañe- ros de aquellos , de quienes el mundo vano se reía y burlaba, y á quie- nes echaba de su sociedad, porque no era él digno de tenerlos en su seno. « Ya que estamos rodeados, les decía, de una tan grande nube »de testigos, descargándonos de todo peso y de los lazos del pecado »que nos tiene ligados, corramos con aguante al término del combate, »al fin, al hito, que nos hemos propuesto, poniendo siempre los ojos »en Jesus, autor y consumador de nuestra fe (5).» Sabido es, que cuando un hijo y una madre están juntos no €s po- sible mirar á aquél sin mirar tambien á ésta. No es posible pues poner nuestra vista en Jesus, sin dirigirla á su Madre: porque en la encarna- cion del Hijo de Dios, y en su pasion santísima, en donde se ha cum- plido nuestra predestinación, y nuestra redencion, y donde se ha abierto el camino para nuestra glorificación, su Madre ha estado siem- pre con él. A los que creen con sinceridad: á los que iguen en un to- do la doctrina de la Iglesia católica: 4 los que profesan la religion de (1) Orat. de Dormit. Deipar. (2) Serm. de zona. (3 Hebr. cap. 12, y-1,%
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