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3 di 7 1] El E 618 de bienes: tú alegraste á las del cielo : tá salvaste á las de la tierra: tú reconciliaste al hombre: tú le hiciste propicio al Criador: tú humi- llaste 4 los ángeles malos: tú ensalzaste á los hombres: tú has sido por ti misma la que has mediado para poner en armonía las cosas más sublimes del cielo con estas ínfimas de la tierra, y de un modo admi- rable has mejorado todas las cosas criadas.» En estas palabras se ve descrita la Reina á quien se reverencia, la Señora á quien se sirve, la Madre á quien se ama, la bienhechora 4 quien se está reconocido, la pacificadora á quien se rinde obsequio de gratitud, y la mediadora por quien han venido todos los favores, cuyo poder se reconoce. Unas cuantas más añade el mismo santo Padre, en las cuales se compendian las relaciones de amor que los hombres tene- mos con esta gran Señora: «Nosotros, dice, oh Señora de todo el mundo: nosotros somos tu pueblo: somos tu herencia peculiar, tu porcion escogida. El que nació de ti, te hizo donacion voluntaria de todos nosotros, dándote á ti como á Madre querida la herencia que recibió de su Padre. Tú por tanto, que conservas la donacion, no de- jes de amparar á los que son tuyos, dando consistencia á la república: y si la amenazare alguna adversidad, tú, oh Señora, del modo que sabes que lo has hecho hasta hoy, hazlo en adelante, apartando los peligros y alejando sin mal de otros cuanto nos conturbe (1).» No puede ser más explícita la fe de los Padres antiguos de la Igle- sia: esta era la fe de S. Ambrosio, de S. Agustin, de S. Jerónimo, de S. Juan Crisóstomo: esta misma fe tenían los Ciprianos de Cartago, los Orígenes de Alejandría, los Ignacios de Antioquía y los Ireneos de las Galias. Esta fe heredaron los Tarasios, los Proclos, los Grerma— nos, los Efrenes , los Eutimios, los Andrés Cretenses , los Euquerios, los Jorges de Nicomedia, los Damascenos, los Metodios , los Isidoros de Tesalónica y de Sevilla, los lldefonsos, los Anselmos y todos los que haa tenido para su mayor gloria el seguir su doctrina y marchar tras de sus huellas. En esta fe se educaron los Pedros Damianos, los Bernardos, los Buenaventuras, los Aquinos, los Bernardinos, los To mases de Villanneva, y cuantos han sido grandes en la Iglesia de Dios. «Señora, decía $. German hablando á la Virgen, Madre de Dios, defensora de todos, alegria de todos, y el más vehemente regocijo de todos: Tú eres mi refugio, el amparo de mi vida, mi arma, mi de— fensa, mi gloria, mi esperanza y mi fortaleza. Yo me atrevo á pedir- te, porque siendo Madre de Dios tienes tanta voluntad como poder. No quieras, oh Madre inmaculada, que yo me vea defraudado de mis esperanzas (2). » En realidad, oh Madre de Dios, tu auxilio no puede (1) Div. Joann. Euchait., serm. in Dormit. Deip:, n.* XXXIV. (2) Serm. in Present. Virg.
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