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608 que están junto al vestíbulo sagrado, esperando que dé la hora de abrir las puertas y entrar? Absurdo de la razon y destructor del senti- miento del corazon sería el pensar lo contrario. Estos son los sentimientos de los hermanos. ¿Cuáles no serán los del corazon de una madre como la Virgen? Por más que esté ella sentada en un trono, que se pierde de vista entre los resplandores de loz inaccesible donde Dios habita, madre es de esta Iglesia, cuya mi- tad reina en el cielo, y cuya otra mitad peregrina en la tierra. ¿Podrá olvidarse de sus hijos? ¿No se acordará de que los ha engendrado á todos á la gracia? ¿No sabe que están siempre en combate con sus enemigos? ¿No tendrá compasion de sus miserias? En estos principios de ternura, en estos sentimientos tan nobles y tan puros del corazon encuentra una prueba irrefragable el dogma de la invocación de los Santos que reinan con Cristo en el cielo, además de los fundamentos inquebrantables é inmóbiles de la revelacion. ¿Qué religion es esa, que pone un valladar entre los hermanos que viven en la tierra, y los que están en el cielo? ¿Qué piedad es esa, que hace á los habitantes del cielo egoistas, insensibles y duros de corazon? ¿Qué sociedad religio— sa es la que coarta la comunion de los hombres en amor y en bienes á los cortos límites de este mundo, convirtiendo el sepulero en cárcel de los sentimientos del amor, no dejando que los de la tierra pidan nada á sus hermanos del cielo, ni que los de allá se ocupen en saber la suerte de los de acá, y hagan por mejorársela? (1) (1) El protestantismo, que no sólo ha destruido los templos católicos y sus imágenes tachándolas de ídolos y prohibido la invocacion de los santos como derogatoria de los derechos de Jesucristo, tiene por objeto el destruir la religion verdadera en la tierra, para sustituirla con el pa- ganismo, pero un paganismo peor que el que destruyó Jesucristo; este daganismo es la adoracion de simismo, la antropolatria. Una vez rotos os vínculos de amor entre los que ceñimos aqui la espada de la fe, com- batiendo las peleas del Señor, y los que embrazan ya seguros el laurel de la victoria, alcanzada con las mismas armas que nosotros manejamos ahora, preciso es decir, que ho nos une ya la virtud de la caridad; y eli- minada una vez la caridad, cae en un caos la religion de Jesucristo. la cual está fundada en la caridad infinita de Dios á los hombres. Hoy dia bien se puede decir que en todos los paises donde el protestantismo ha puesto el pié, está reinando el paganismo moderno que es la adora» cion de la razon humana en la libertad que se proclama, y la de la carne en cuyos goces se constituye la dicha del hombre, y 4-cuyo logro cons- pira ese lujo espantoso de la mujer convertida por el protestantismo que se ha insinuado aun entre los católicos, en idolo al cual dirigen los hombres vanos sus adoraciones. Véase lo que decía sobre esto el sabio Leibnitz, cuyo espíritu tenía mucha lucidez en materias religiosas aun en medio de ser protestante. «Es de temer, dice, que los que niegan el culto de los Santos, tachándolo de idolatría, no abran un caminoanchu- roso, para destruir de un solo golpe todo el cristianismo» (Perrone, Pre- lect, tom. 1. tr. de cult. Ss. Imagin.) Este filósofo vió con las luces de la
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