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578 cian con su proteccion á los herejes. Pero mayores eran los males que amenazaban á la sociedad, porque tanto un sistema como otro, léjos de ir contra la idolatría que la cruz de Jesucristo había extirpado, la planteaban de nuevo, quitando á Jesucristo la divinidad, y no haciendo de él sino una criatura, un puro hombre. Y ¿á donde iba á parar entónces su nombre, ante el cual debía arrodillarse toda criatu- ra? ¿A qué se reducía su doctrina, sino 4 elementos de un filósofo mas sábio que los demás? ¿Era ya digno de crédito su Evangelio? ¿Podía afirmarse que había muerto para pagar un precio infinito por los pe- cados del mundo? ¿Podía decirse que había resucitado con su propia virtad? ¿Podía decirse que la caida del hombre había sido tan grave, como lo supone la sola circunstancia de haber tenido que morir el Hijo de Dios para salvarlo? En realidad, los errores de Arrio y Nestorio destruian por el pié todo el conjunto de creencias que la Iglesia católica había recibido de su divino Maestro. Si Cristo no era Dios, y el Padre Eterno se aplacó con su muerte, el pecado pierde el carácter de malicia infinita que tiene: pues si para borrarlo bastó la muerte de un hombre, nunca pu- do ser de mayores quilates que lo que es el mismo hombre. Y entón- ces, ¿qué venia á ser la doctrina revelada sobre la creacion del hom- bre, su caida, y la promesa de un Redentor? ¿A qué categoría venía 4 quedar reducida aquella mujer anunciada por Dios mismo en el pa- raiso, y prometida por los profetas como el gran portento de la omni- potencia divina? En esta triste situacion se encontraba la Iglesia, cuando San Ce- lestino 1 congregó en el año de 431 el Concilio Efesino, en el cual iba á decidirse, por decirlo así, la snerte de la humanidad , proclamando que ésta tenía una madre en la Vírgen María, por ser, no madre de Cristo puro hombre, como decía Arrio, nimadre de una per- sona humana á la cual estaba unida moralmente la persona del Verbo divino, como blasfemaba Nestorio, sino Madre de Dios, por tener su Hijo dos naturalezas , divina y humana, unidas en una sola persona divina, que era la misma persona del Hijo de Dios. Asi suce- dio: reunidos los sucesores de los apóstoles, é invocados los auxilfos del Espíritu Santo, la Vírgea fué proclamada lo que era, Madre de Dios. En este acontecimiento ne hay que examinar ménos lo que se hizo, que el móvil de cuanto se hizo: ni tampoco debemos detenernos tanto en el resultado inmediato, como enla gran impresion que cansó en el orbe católico esta decision, para continuar la obra empe- zada de la civilizacion cristiana. ¿Quién reunió á los obispos en esa asamblea, valiéndose de la fuerza y suavidad con que Dios lleva las cosas á su fin? Véase lo que sobre este asunto dijo en presencia de todos los Padres el que brillaba enónces como un astro de la Iglesia,

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