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PL J44 No hay que echar mano aquí de las ilaciones, para demostrar, que ni la Virgen había dirigido sobre sí misma ni una sola mirada, ni había tenido un solo pensamiento reflejo de sus propias excelencias, pues léjos de envanecerse , ú enorgullecerse , 6 elevarse viendo que el ángel la alababa , se sobrecogió, entró en lo más secreto de sus pen- samientos, y se preparó para anonadarse, y cubrir con el velo de la humildad esas ráfagas de luz, con que el ángel había bañado de re— pente su existencia terrena. Véase cómo explica este paso San Loren- zo Justiniano, cuyas palabras no podemos ménos de transcribir aquí: «Espantóse, dice , el corazon de la Virgen, al oir la salutacion angé- lica, y turbóse dentro de sí misma, no por ver al ángel como cosa desusada , pues continuamente la visitaban los espiritus soberanos, sino por la excelencia de las cosas que le decía , por creer que ella no merecía tanto. Porque como la humildad tiene la propiedad de colo- carse en lo más ínfimo, dificilmente da crédito á las cosas grandes que se le anuncian. Adornada María de las prerogativas de esta vir- tud, apénas vió que era saludada con tanto honor , y oyó que se la llamaba llena de gracía, y que era elevada sobre todas las mujeres porque estaba Dios con ella empezó á pensar dentro de sí misma qué clase de salutacion era ésta. Ponderaba una por una las palabras del embajador celestial, mediase á si misma viendo su pequeñez y la sublimidal de Dios, cuya bondad derramada con profusión tenía pre- sente: no veía en si nada que mereciese tan grande embajada, y por este motivo sucedíanse en su corazon los pensamientos, que la devora- ban como un fuego abrasador. Esta es la causa total y única de su turbacion, la profundisima humildad de su alma (1). A no dudarlo, la Virgen inauguraba en aquellos momentos la edad de oro del mundo, en la cual se levantarían innumerables héroes de virtud , que hollarían con sus plantas al monstruo del orgullo. Lu- cifer que se creyó todo, porque era uno de los primeros ángeles, ha- bía levantado el edificio de soherbía que quiso tocar al cielo: la Vir— gen, que era mucho más que él, y se creyó nada comparada con Dios, echó los cimientos para un editicio de honor, de grandeza y de gloria, que subiría hasta los cielos de los cielos, hasta el trono de Dios. La misma conducta tiene la Virzen en las otras palabras que la dirige el ángel, siendo ya la consecuencia de haber echado el cimien- to inmoble de la humilda!, La Virgen, dice San Bernardo, ejercita entónces todas las virtudes en gvado heroico, empezando por la fe y concluyendo por la prudencia, ¡jnsticia, fortaleza y templanza (2). Y aquí tambien lanza la heroina un golpe mo:tal contra Lucifer, el cual (1) Div. Laurent. Justinian., serm. de Annuntiat. (2) Serm. 52 de diversis.
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