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487 su Hijo, pues su vida era de un valor infinito, y no quisiera verla pere- cer. Sucedía entónces en el pecho de la Madre lo que acaece en la arena, donde combaten dos gigantes: estos gigantes eran el amor del Hijo y el amor del mundo, y cada cual pretendía llevarse la victoria (1). Pero hágase una abstraccion, y establézcase una hipótesis por vía de argumentacion: prescindase por un momento de aquel órden admirable que había en los afectos del corazon de la Madre de Dios, y ejecútense las cosas segun el desórden introducido en el mundo por la concupis- cencia, y tendrémos unos resultados bien tristes. ¿Cómo se ha de per- der el valor infinito de la vida de un Hijo Dios por las prevaricaciones de los pecadores? ¿Cómo ha de prevalecer el amor de un mundo mal- vado sobre el de un Hijo, que es la bondad por esencia? Pero la Vir— gen ordenaba todos sus afectos al amor divino; y puesto que el Padre quería que su propio Hijo muriese, ella no quería sino lo que Dios tenía dispuesto, y deseaba por consiguiente que muriese su Hijo por que se salvase el pecador, y sacrificaba al amor de los pecadores el amor que tenía á su Hijo adorado. Todos los sentimientos y afectos del corazon de la Madre de Dios tienen el mismo órden ,y todos son una leccion elocuente para la huma- nidad. ¿Qué dicen á los hombres? Dicen que, puesto que la Madre de Dios sacrificó en las aras del amor divino á su propio Hijo, que es de un valor infinito, más justo es que los hombres renunciemos á afectos y sentimientos de órden inferior por amor de Dios, y condenemos todos aquellos que son contrarios á la santidad infinita (2). Desde que Maria es Madre de Dios, se ha restablecido el órden moral del mundo, inver- tido y trastornado por el pecado, y la humanidad entera tiene en ella no sólo una maestra , sino una madre que la engendra á la vida de la rectitud, que es la vida verdadera del hombre, pues aquella en la cual las pasiones tienen invertido el órden de los afectos, no es la vida del hombre racional, sino la de la concupiscencia; vida en verdad bien (1) Santo Tomás de Villanueva nos describe con sencillez y elocuen- cia este combate y dice así; «In pectore Virginis ut in campo plano duo ¡lli gigantes amores decertabant, amor Filii et mundi, sensumque Virgi- nis in diversa trahebant.» (Conc. 2, de Assumpt.) (2) Para que comprendamos hasta dónde llega la subordinación de los sentimientos en la Vírgen no tenemos más que considerarla en el Cal- vario. «Hay, dice San Bernardo , la más inefable reciprocidad de amor santo entre ella y su Hijo. Está padeciendo el Hijo, y en su interior está compadeciéndose de su Madre, miéntras que ésta se halla llena de com- pasion por el Hijo paciente. Porque fué tan impetuoso el torrente de la pasion en el Señor, que lo llenaba á él del todo, y parece que lo embria- gaba: mas una vez lleno él, refluía en su Madre, y tan pronto como ésta quedaba inundada, rebosaba de nuevo en ella el torrente de la amargura y del dolor, yendo de nuevo á llenar al Hijo.» (S. Bernard. Homil. in Evang. Stabat.) Sin embargo, la Virgen no bendecía entónces al Señor, menos que cuando oyó sus encomios en casa de su prima Isabel.
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