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484 Sabido es que Jesucristo tenía dicho á sus discipulos, que había venido 4 traer á la tierra, nó la paz, sino la guerra, separando al hijo de su padre, á la hija de su madre, y á la nuera de su suegra (1). Esta guerra declarada por Jesucristo estaba destinada á enseñar á los hombres que era falsa, ruinosa y mortífera la paz de que gozaban aparentemente en el desórden, y colocar las cosas en el punto donde la justicia lo exigía, dando en primer lugará Dios lo que es suyo, y no negando á los demás aquello á que son acreedores. Jesucristo que- ría poner órden en los afectos, porque este órden estaba tan íntima— mente relacionado con el amor de lo bello y perfecto, que tanto pu=- diera ser aquél orígen de éste, comu al revés. Una vez colocado cada afecto del alma en el lugar que le corresponde, ésta ha de declinar siempre su amor de lo imperfecto á lo perfecto, y de lo perfecto á lo más perfecto hasta llegar á lo perfectísimo (2). Para infundir en los hombres este amor, había derramado Jesu- cristo en la tierra un gérmen celestial de doctrina, enseñando á los hombres cuál era el verdadero modo de amar á Dios y á los hom- bres: pero lo que daba complemento y vitalidad á esta semilla, eran sus acciones y ejemplos. El Hijo de Dios demostró prácticamente lo ilimitado del amor que se ha tener á Dios, haciéndose él mismo obe- diente hasta la muerte, y muerte de cruz: tambien dió al mundo la leccion más elocuente de cómo se debía amar á los hombres llegando él mismo á un límite, adonde sólo él pudo tocar. Y ¿qué límite es este? Es el haber amado á los hombres más que á sí mismo , más que su propia vida, pues siendo nosotros sus enemigos por la culpa, la perdió en un madero por tal de hacernos amigos suyos. Muy duro ha de ser el corazon que no sienta emociones en pre= sencia de este amor, y muy bastardeado ha de estar el entendimiento que no lo comprenda. Ese amor es más que grande, más que heroi—- co : porque desde que el Hijo de Dios se dignó hacerse hermano nuestro tomando la naturaleza humana, parece que no debía amar- nos sino con un límite, y es el que Dios mismo señala al amor , que hemos de tener á nuestros prójimos, cuya medida es el que nos te= nemos á nosotros mismos (3). El hizo mucho más que esto, amán- donos como no han amado jamás los padres á sus hijos , dando su (1) Matth.. cap. 10, 34 (2) Una de las cosas de que hace memoria grata una alma santificada por ios, es que el Señor ha ordenado en ella el amor. (Cant. cap.2, v. 4.) Este Órden es necesario en todo amor, dice San Jerónimo. y es por cierto una hermosura perfectísima: «ama, dice el Santo, pero ama pri- mero á Dios, y despues ama lo que debes amar, y en el órden en que debes hacerlo: ama al padre, á la madre, á los hijos, » (Div. Hieronymi, in Matth., lib. 4.*, cap. 10.) (3) Matth. cap. 22, v. 39,
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