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a : e a a A ci — 475 No puede dudarse de que dentro de nuestra alma hay uu gérmen de sentimientos nobles y generosos, pues naturalmente deseamos co- nocer lo bello y lo bueno, y deseamos poseerlo; ni es posible descono- cer que el alma inocente, y libre de las cadenas del vicio, se levanta como avecilla ligera á la contemplacion de las bellezas infinitas, en vista de la hermosura del cielo y de la tierra y de los séres que hay en éstos : asi como, al fijarse en los séres racionales, se llena de santo gozo , cuando se dirige á sus semejantes con amor, ora congratulán- dose con ellos en sus bienes, ora tomando parte en sus allicciones y males, aquí afeccionando con ternura y caridad al padre, al herma- no y al esposo, y allí estrechando en su seno al amigo. ¡Qué! ¿hu- biera Dios dado al hombre un corazon sensible «para lo que no es recto y bueno? Si en la defeccion del primer hombre la concupiscen- cia, cual infernal harpía, arrojó su aliento inficionador sobre la razon; si ésta quedó turbada y oscurecida ; si los deseos, que como el suavo vapor del incienso debían subir al cielo, se condensaron y agarraron fuertemente á la tierra, no por eso desapareció la esencia de su com- plexion natural ni se borró el tipo de su noble origen, ni se trastor- nó totalmente su objeto y fin. Venían de Dios y tenian que ser perfec- tos : se encaminaban á él y debían de ser rectos ; tenían por fin la fe- licidad del hombre, y serían conducentes á procurársela. Eran estos deseos obra de Dios y elevaban al hombre al amor de la belleza infi- nita, por lo que ella es, y al de los demas hombres por:lo que cada uno representa; pero se corrompieron con el desarreglo de la voncu= piscencia, y la hermosura infinita no fué amada, porque apénas que- rían verla los hombres , arrojándose estos con ansia en la sima mortí- fera del amor de lo puramente sensible y material, que se les presen- taba por todas partes. Elevar pues el sentimiento bastardeado en la concupiscencia, hasta colocarlo en el verdadero punto de su accion , dirigirlo hácia las bellezas infinitas, y proporcionarle una satisfaccion completa , er lo que Dios intentaba, cuando prometió al hombre decaido la existen- cia de una mujer, en quien el cielo y la tierra tuviesen una reina, y Dios y los hombres una Madre. Y es preciso conocerlo y confesarlo, alabando los designios de la sabiduría divina ; Dios al decretar la en- carnacion de su Hijo, agotó los recursos de su omnipotencia, dando un paso, en el cual él mismo se puso un límite del cual no puede pasar, Se dió á si mismo una Madre , mediante cuya operacion el eter- no se hizo temporal, el infinito limitado, el iamortal mortal, el impa- sible pasible, Dios por fin se hizo hombre. Una agregacion de tantas denominaciones como sobrevienen á la naturaleza divina unida 4 la humana, demuestra visiblemente que empezaba en la encarnacion una comunicacion íntima de Dios con los hombres. El fin de esta union era no sólo la redencion del hombre,

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