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dr d 419 giéndonos ella, no habrá por que temer; no habrá fatiga, si ella nos guia: y siéndonos ella propicia, llegarémos al fin de nuestra ca- rrera» (1). Esto dice San Bernardo, explicando lo que es la Virgen en su corazon maternal: véase ahora cómo le pedía para sí y para su pueblo el santo padre de la Iglesia griega. «Tú, ob Virgen sacratísima, la dice, que eres el palacio del Rey sumo, y el hospicio que nos recibe á todos, llenándonos de delicias, interpon tus oraciones , tan aceptas y tan poderosas por tu autoridad materna, para que tu Hijo conduzca á éxito feliz las cosas del gobierno de la Iglesia. Reviste á los sacerdotes de justicia, de probidad, y del gozo de la fe pura y sin mancilla. Dirige con prosperidad y tranquili- dad los cetros de los príncipes cristianos, que estiman más tu amparo y proteccion, que todo el oro, y piedras preciosas que puedan tener. Pon debajo de tus piés las naciones bárbaras y 4los hombres blasfe- mos, y confirma al pueblo cristiano en la obediencia y sumision con que obedece á sus reyes, siendo tú la que protejas su ciudad, la con- cedas seguridad y triunfos, y la que guardes su templo, librando de toda afliccion á los que te alaban , dando redencion á los cautivos, techo á los peregrinos, y consuelo á los afligidos» (2). Así el gran Patriarca San German: preciso es decir, que sólo á una madre se pide tanto y con tanta confianza. (1) S. Bernard. , Homil. 2 sup. Missus est. (2) S. German Constantinop, serm. de Deipar. prescntat,
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