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INTRODUCCION Á LA TERCERA PARTE, Cuando se escribe la vida de séres mortales, la pluma se cae de la mano al pronunciar la última frase, y nada apé- nas queda que decir, cuando se ha dicho que el héroe bajó al sepulcro. Si algo hay que añadir, serán apreciaciones más ó menos lógicas, sobre lo que aquél fué y sobre: lo que hizo, «sin poder añadir una sola línea sobre lo que dice ó hace, pues á una vida más 0 menos orloriosa ha su- cedido la quietud, la inaccion, el silencio, el sueño no in- terrumpido de la tumba, donde el rey, el general, el sabio, el conquistador y el gran hombre de estado no dicen, aun al que pretende adularlos con calor , sino que son polvo, ceniza y. nada. Pero, el que emprende la tarea, verdaderamente árdua, de escribir la vida de un héroe, que sólo tuvo una tumba para dormir el sueño precursor de la vida interminable, no se ha de ceñir 4 narrar lo que aquél hizo hasta que el már- mol sepuleral recibió en su seno los despojos mortales; porque, si la lápida marmórea, en vez de escribir en ca- ractéres de oro: la. vida: y las hazañas. de su inanimado huésped, como sucede con los hombres, no tiene más his- toria de él, que el decir, resucitó, no está aquí, señal es, que la vida del héroe no concluyó, no debiendo tampoco concluir la tarea del que intente describirla. Si el héroe vive, necesario se hace el seguirlo allá donde viva, y ver lo que hace, para continuar contando sus glorias en la
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