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es a E O 383 LIBRO. VIGESIMO OCTAVO. A A LA MAESTRA DE LOS APOSTOLES. Pocos 'momentos ántes de espirar en la Cruz el Hijo de Dios , di- rigió 4 su discipuló amado la' palabra , diciéndole que aquella mujer que desde aquel momento sería para él una verdadera madre, empe- zaba 4 “sér tambien para «él un objeto de amor filial; pues así como acababa de decirla 4'ella' que lo mirase 4 él, como si fuese su Hijo, así le imponía 4 él el deber de amarla y servirla como'se" dama y se sirve á una madre : y en efecto, el mismo discípulo afirma en su Evangelio”, que la recibió por suya, como una prenda que le perte- necía, y que la miraba como su más rico patrimonio , amándola:, ve= nerándola , sirviéndóla , y llevándosela á su casa. Todo esto está encérrado en aquellas palabras con que atestigua San Juan que recibió 4 María Santísima como cosa suya (1). Despues de la” vénida del Espíritu Santo estuvieron los Apóstoles en Jerusalen por algun tiempo, estableciendo las reglas y preceptos de vida, que hábeian de observar los fieles que se converlían, orde— nando 108 siete primeros Diáconos, y organizando: la sociedad eristia= na naciente sobre las' basés que les había mostrado su divino Maestro. Mas, cumo'no convenía para la' conversion del mundo, que estuvie— sen juntos mucho tiempo más que el necesario para el arreglo de la religion; concluido ya éste; y sancionadu: por «inspiración divina el símbolo de lá” fe: que se líabta de predicar en toda la tierra, salieron todos 4'derrámiar lá semilla “celestial ; “encaminándose cada uno 4 la region, que por disposicion soberana debia regar' con sus sudores y su sangre. Cayó en herencia apostólica al«discípulo amado el Asia Menor, en la cual había de fundar ,-regir y gobernar aquellas iglesias , que eran en los siglos cuarto y quinto del cristianismo la honra y prez y, aún pudiéramos decir, el orgullo santo de la religion; por consiguiente, llegado el momento de partir de Jerusalen para Efeso, capital del Asia , tomó Juan en su compañía á su Madre la Vírgen María, y jun- to con ella llegó felizmente á aquella ciudad. Algunos escritores dig- (1) Accepit eam discipulus ín sua. (Joann. cap. 19, v. 27.)
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