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LIBRO VIGESIMO SETIMO., —Aa— DIAS DE GLORIA. TE La Resurreccionm Si una gracia singular y extraordinaria no hubiese sostenido á la Madre de Dios en los diferentes lances de su vida , Mo habría podido la naturaleza humana sobrellevar el peso de grandezas que cargaron sobre ella. Porque en María todo lo que emana de su divina materni- * dad , 0 tiene relacion con ella , €s na sólo grande , sino en cierto modo infinito, como dicen los santos doctores. Desde que su Hijo espiró y fué encerrado en la lóbrega mansion de los muertos, la soledad en que se encontró María , no puede conjeturarla ninguna imaginacion, ni expresarla ninguna lengua: cielo, tierra , ángeles y hombres eran pára Su corazon como séres enlutados , tenebrosos, inanimados , y glaciales , pues había muerto quien da á todos existencia, animacion y vida. Vivía ella, sí, en medio de las santas mujeres que la acompa— ñaban : recibía á Pedro lloroso y compungido , 4 sus condiscípulos temerosos y ruborizados : pero su corazon y sus pensamientos estaban en el sepulcro, envueltos entre las fajas y mortajas que cubrían el cuerpo de su amado Jesus. Era una desgracia infinita la pérdida de su Hijo Dios, y la soledad y amargura subían á un punto que tocaba en lo inmenso é infinito, Mas, entre tanto ese mismo corazon vivía ani- mado con una fe pura, ardiente y vigorosa , pues sabía infaliblemente que al tercer dia saldría su Hijo triunfante y glorioso de entre las mo- radas cavernosas , quitando á la muerte , Mo sólo sus trofeos y victo- rias , sino hasta su aguijon. Despues de mil y mil suspiros exhalados en esta soledad, se aproximaba el dichoso momento de ver á Jesus resucitado y glorioso: sentía la Virgen que se acercaba el cumplimiento de las profecías , lo que no podía ocultarse al corazon de la Madre, por la gracia inefable de que fué revestido en aquellos momentos en que su Hijo , sin rom per ni levantar la losa pesada , ni la puerta de piedra, saliera del 24

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