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31 donde nos viniése. María era la que había de decir á los hombres, que el Niño que llevaba en sus brazos era el mismo Hijo de Dios, que ha= bia bajado del cielo á morir por su'amor; y por lo tanto no había de subir hombre alguno al conocimiento íntimo de las cosas celestiales, sin tener que detenerse tambien en María, porque ella tenía que ser la entrada del cielo, y el camino que condujese á él. El Hija de Dios bajaría del cielo para que el hombre subiese á él; y no podría éste verificar esta subida , sino siguiendo exactamente los mismos pasos que diese su Redentor y Maestro. Y es bien: claro: el Hijo de Dios, saliendo del Padre vino á María, y de María á nosotros; nosotros, por tanto, para subir á internarnos en el conocimiento del Padre, habíamos de acercarnos al Hijo: pero no era posible llegar á éste sin tocar ántes con su Madre, pues ella sola era la única que, despues de Dios, nos podria decir infaliblemente que aquél y nó otro era el Hijo del Padre, porque ella lo había gugendrado en sus entra- ñas por virtud del Espíritu Santo (1). De tal modo que las dos opera= ciones más portentosas qué hay, en el órden de la naturaleza la una, y en el de la gracia la otra, tenían que realizarse concurriendo á ellas esa Virgen como parte necesaria. El portento inefable de descender Dios del cielo á conversar en la tierra con los hombres como hermano suyo, es el milagro más inefable de la omnipotencia divina; y es tan indispensable la cooperacion activa de esa Virgen, que si ella no se presenta cuando el Hijo de Dios se levanta de su trono para bajar á la tierra , no encontrará paso para llegar al término de su viaje. Era María la que había de decir á Dios que ella se hallaba dispuesta á re- cibirlo, á engendrarlo, á darlo á luz , 4.alimentarlo, á tenerlo en sus brazos , y 4 mostrárselo á los:hombres como hijo de Dios, engendra= do eternamente por el Padre, y concebido tambien y engendrado por ella en el tiempo por virtud del Espírita Santo, dándole su propia sustancia, su sangre, su vida, su animacion. Si esta operacion tan portentosa en el órden de la naturaleza no podía llevarse á cabo sin la presencia de la Virgen, tampoco podría tener lugarla otra en el órden de la gracia; porque la elevación del hombre, hasta el consorcio con Dios sería el resultado de la Encarna- cion; y la consecuencia inmediata de esto sería , que cuantas. gracias (4). El Doctor Seráfico explica esta mision de la Virgen respecto del li- naje humano, tomando por tema-el texto de Isaías, que dice (cap. 11, y. 1) que saldría una varita de la raiz de Jesé, y de ella brotaría una flor, sobre la cual descansaría el Espíritu del Señor. Lo que comenta el Santo con mucha gracia diciendo estas palabras: Todo el que desee al- canzar la gracia del Espíritu Santo, busque la flor divina en la vara del mismo Espíritu. Por la vara se va á la flor, y por la flor al Espíritu que reposa en ella. Esta vara es María; por María vamos á la flor, qué es Cristo, y por Cristo al Espíritu Santo, (S. Bonav., in Specul., cap: 6.) Ñ
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