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E le $ - PR torito co RA be 362 LIBRO. VIGESIMO SEXTO, ae PÁ EL CALVARIO. Cuando el presidente Pilato pronunció la sentencia de muerte con- tra Jesus, quiso dar un testimonio público de que lo hacía contra el dictámen de su conciencia, obligado y violentado por las repetidas instancias del pueblo ; pero apénas lo manifestó á éste , ora de palabra, ora lavándose las manos delante de la múchedumbre , ésta gritó unáni- memente diciéndole , que enhorabuena fuese así, y que ella se cargaba con la responsabilidad de aquella muerte, y que se satisfacía con que la sangre que se iba á derramar , se imputase á cuantos había presen- tes y á cuantos fuesen hijos suyos en las subsecuentes generaciones. Para comprobarlo, y hacer ver que lo dijeran de corazon , desde los alrededores del palacio de Pilato se trasladaron todos al Calvario, ya precediendo, ya acompañando, ya siguiendo al condenado á muerte: y cuando el Salvador trepaba por el pedregoso sendero , hormigueaba toda la montaña, sin que hubiese un solo reducto sin ocupar, y pare- ciendo toda la eminencia un enjambre , que, escapado de la colmena, busca con movimiento contínuo un paraje donde colocarse. Todo pues se hallaba tomado, excepto el sitio donde debía ser crucificado Jesus con dos ladrones, pues temían los judíos ponerse en contacto próximo con los que morían en cruz, para no quedar inmundos. Llegó junto con el Hijola tristísima Madre, sin interrumpir ambos la oración comun á sus almas, las preces , los actos de esperanza , de resignacion, de amor divino, de caridad , de humildad, y de conformi- dad con que habían hecho el camino del Gólgota. Oraba María al Eter- no Padre, que no desamparase á su Hijo : pedíale que aceptase su sa- crificio, que mitigase sus iras, y perdonase al género humano, y se compadeciese de aquel pueblo ciego en su iniquidad. Absorta estaba la Señora en estos pensamientos , cuando los martillazos hirieron sus oidos y traspasaron su corazon. Ah! Era la mano derecha de su amado Jesus lo que el duro hierro taladraba : otros. golpes vienen al: poco á herir de nuevo los virginales oidos , y sus ecos producen en la Madre un espanto y temblor , como si: el: alma quisiese separarse del virginal cuerpo: al poco otros martillazos más fuertes y prolongados se sienten en medio del rumor popular, causando al corazon maternal congojas de agonía: nuevos ruidos y rechínamientos de cuerdas y garruchas bienden los espacios , y en el acto el sordo rumor que las turbas hacían,

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