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336 las aguas, á las tempestades, á las enfermedades y á la muerte. Tan- ta bondad como Jesus demostraba en sus palabras, tanto amor como manifestaba en sus obras, y sobretodo el cariño y compasion, con que recibía 4 los pecadores, conmovieron á muchos que estaban dor- midos en el cieno del yicio, y llamados por la gracia divina venían 4 los pies de Jesus 4 buscar en él la paz de sus corazones. No se quedaron atrás las mujeres: ni en dolerse de sus extravios, ni en buscar al Mé- dico de sus almas: pues abandonaron algunas ricos palacios , dejaron otras sus galas y joyeles , desdeñaron otras sus antiguas y malas amistades , y se dedicaron al servicio del Redentor, siguiéndolo por todas partes, alimentándolo con sus facultades , y contándose por muy dichosas en dar por él, no sólo sus haberes, sino su vida si fuere ne- cesario, pues había arrojado del corazon de algunas de ellas siete de- monios. Distinguíanse entre éstas la hija opulenta del castillo de Mag- dalo, la mujer del mayordomo de Herodes, Susana , Juana y otras muchas , á las cuales se agregaron María madre de Santiago, Salomé, Marta y su hermana María, “y otras emparentadas con la Madre del mismo Salvador. Era natural, que la que había compartido con Jesucristo desde su niñez todos los trabajos, lo acompañase tambien en la vida labo- riosa del apostolado cuyas funciones había desplegado ya: y tanto más, cuanto María tenia en su compañía 4 todas estas:santas mujeres, cuya maestra era, dando reglas. de modestia y pudor-virginales,- de alejamiento del mundo y del trato con los hombres, y. de caridad y espíritu de sacrificio , las cuales puestas en ejecucion, habían de ha= cer«<Je las mujeres consagradas al servicio divino , una turba de após- toles, que sin ocuparse en funciones ruidosas,- darían á la Iglesia santa frutos cóntuplos de virtudes y buenas obras. Dejó, por tanto, la Virgen su amada soledad de Nazareth, y seguía por todas partes á su Hijo, acompañada de la heroica María Magdalena y de las otras peca- doras convertidas: y no la arredraban los caminos ásperos y. largos, nilos frlos invernales , ni los calores del estío , portal de tener el con- suelo de estar con su Hijo , y de servirle y cuidarlo en todas partes. Tres cosas hacía á un mismo tiempo la: Madre del Salvador : ama- ba, servía y se «Rhumillaba: el amor la conducía al lado: de su Hijo, afanándose por aliviarlo en las fatigas: con este mismo amor iba ca- lentando en el casto afecto hácia su Hijo, á las almas que se acerca- ban á ella, como á intérprete de-sus deseos y aspiraciones, y al mis- mo tiempo se convertía en la discípula más humilde del divino Maes- tro, «escuchando , como dice San Bernardo, todos los géneros de »predicacion , y cuantas palabras decía Jesucristo, y cuantos reme- »díos daba contra el mundo, el pecado y el principe del tártaro; y »como fué ella quien asistió á estas instrucciones más. largamente, »fué ella tambien quien las vió con especialidad, quien las oyó con
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