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os Ep Ó x Mi ' yy de 4 290 aposentada. Era pues el caso, que en los mismos dias, Ó quizás en la noche misma del felicisimo parto de María , se había dejado ver en el terso y diáfano cielo de las regiones de Oriente una gran estrella, cuyos movimientos singulares , cuyos nitidos resplandores y cuya na- turaleza especial llamaron la atencion de tres potentados, que en me- dio de ser reyes y señores, se ocupaban en estudiar los movimientos de los astros. No fué poca la sorpresa de estos principes sabios, al ob- servar una cosa tan nueva: y si bien les era desconocida la materia de que estaba formada, y el origen de tan singular movimiento como tenía , era aún más misterioso para ellos el objeto por que se presen— taba , pues parecía que les decía , que se pusieran en viaje y la si- guieran, y que ella los guiaría. Tenacísimos como eran los pueblos orientales en conservar las tradiciones de sus mayores, no fué con todo una cosa tan nueva é inopinada la aparicion de la estrella, pues á pesar de haber pasado quince centurías, se decía aún que había habido en tiempos pasados un profeta en aquellos países, que vió muchas grandezas divinas, y que diera no pocas bendiciones al pueblo de Jacob, que pasó por las cercanias de la Arabia , prometiéndole que nacería en edaá lejana del seno de este pueblo una estrella, y se levantarían un caudillo y un cetro, los cuales heririan á los hijos de Moab, y destruirían á todos los descendientes de Seth (1). Vieron, pues los Magos, que la tradi- cion existía , sospecharon que quizás aquella estrella era la que la creencia del pueblo designaba: y movidos por un impulso descono- cido para ellos, pero suave, consolador, y présago de un resultado feliz, convinieron en hacer un viaje de exploracion en la Judea, que era el país donde vivía el pueblo de las bendiciones, preguntar por el gran Rey recien nacido , buscarlo , é ir derechos -4 su presencia , y postrados por tierra , rendirle los homenajes que merecía un persona- je, cuyo nacimiento Dios avisó hacía quince siglos, y cuya aparicion predicaban los astros con tanta elocuencia y tan brillante alegría. Tomada ya de comun acuerdo esta resolucion , y hechos los pre- parativos para el largo viaje, salieron de sus casas y provincias: los tres príncipes, siguiendo los movimientos del astro que los guiaba, tras cuyas indicaciones llegaron á la Judea; y como era natural, de- seando adorar y presentar dones al Rey recien nacido , se encamina— ron á la capital del reino, y entraron en Jerusalen. No sería poco. su asombro, al verque la metrópoli no presentaba signo alguno de rego- cijos y fiestas públicas, que se hubiesen hecho ó se hicieran al Rey recien nacido; porque en efecto, no había mucho tiempo que Árque- (1) Numer., cap. S4, v. 17.
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