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: 288 la sangre que empezaba ya á derramar por los pecadores? Acompañó sin duda la Madre al Hijo en las lágrimas , llorando con él, y sintien= do en lo más íntimo de su alma el dolor, con que su tierno Niño ma- nifestaba que era verdadero hijo de Abrahan. Mas, como desde que el Señor bajó del cielo, unió lo humano á lo divino, y lo fnfimo á lo supremo, la sapientísima Madre no pudo ménos de sentir en su alma un gozo inefable al dar á su tierno infante el nombre de JESUS : porque si la circuncision es una prueba irre— fragable de la naturaleza humana recibida verdaderamente , el nombre que se le da , que es sobre todo nombre, descubre la gloria, de su in- finita Majestad :*el dolor de la cisura de la carne lo declara hijo de Abrahan : mas el nombre lo declara Hijo de Dios (1). María iba de- positando todos estos misterios en su corazon, y los conservaba como en un santuario. ¡Cosa singular y digna de nuestra observacion é ¡mi- tacion! En el profundo silencio que guardaban los evangelistas sobre las acciones y palabras de la Virgen, parece que el Señor ha querido demostrarnos que su Madre es un santuario, cubierto con un velo, que sólo puede alzar la mano del mismo Dios. Pero no sucede así con los pensamientos de esta excelsa Señora , habiéndonoslos descubierto ca- si todos; porque en la salutacion del ángel sabemos que los dos pen— samientos principales, y quizás únicos, de María eran la humildad y la purezd virginal: mas ahora nos dice el Evangelista que María, si bien guardaba un profundo silencio , meditaba sin cesar en las gran- dezas divinas. ¡Ah! Era María nuestra maestra y nuestro modelo, y en ella aprendemos que el modo de conservarse y de crecer en el amor de Dios , es la meditacion continua de sus obras y muy en especial de las de su amor. Meditemos , pues, sin cesar en lo que Jesucristo ha trabajado para salvarnos, acordándonos de que este divino Maestro ha dicho, que nadie va 4 su Padre sino por él (2), y que quien lo cono- ce 4 él, conoce á su Padre (5). Oh dulcísima Señora, al tener la dicha de saber cuáles eran tus pensamientos contínuos , no puedo ménos de avergonzarme , recor- dando que los mios han sido tantas veces vanos, frívolos y pecamino- sos. ¡Ah! Alcánzame de tu Hijo la gracia de que cada dia me duela más el haberle ofendido: y puesto que la fe me enseña, que tú eres la Madre del amor hermoso, y del temor, y de la ciencia, tráeme á tí con la gracia detu amado Jesus, para ir marchando en esta vida por tus huellas, y encontrarte al fin de ella á la puerta de la Jerusa- len celestial, y amar y bendecir al Señor en tu compañía por los si— glos de los siglos. Asi sea. 1) .S. Bernard. , serm. 1 de Circumcis. 2) Joan., cap. 14, v. 6. (3) Joan., cap. 14, y. 9.
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