BCCPAM000542-2-34000000000000

241 recia sino que la rodeaba una aureola de virtudes, y que oscilaba so- bre su frente un rayo de luz celestial, que presagiaba que había de ser con el tiempo una gran reina , y manifestaba que habia encerrado en su pecho, aunque diminuto , un tesoro inmenso de riquezas y te— soros del cielo. Al verla , era natural que las gentes se dijesen unas á Otras, que aquella niña tenía que ser una cosa grande en el mundo, pues la mano de Dios se veía en su concepcion y en su naci= miento. Dificil era que los hombres supiesen quién era aquella niña que acababa de nacer, dando alegría á sus padres y á todos sus conciu= dadanos. Sin embargo, pasaban en aquella misma ciudad por aquel tiempo cosas bien extraordinarias, cuya consideracion hubiera podido dar alguna luz sobre lo que era aquella niña. Es seguro que, segun las leyes del mundo , no era en la casa contigua á la piscina . probáti- ca, donde debía haber nacido esta niña, sino en los palacios que ha- bían fabricado con tanta magnificencia sus abuelos ilustres. Pero, hacía muy pocos años que se había cumplido al pie de la letra una célebre profecía, que anunciaba que el cetro estaría en la familia de Judá , hasta que viniese el Deseado de las gentes (1). Un extranjero, un idumeo, un hombre extraño al pueblo santo, un hombre, judío en apariencia, incircunciso en realidad, tenía en su mano el cetro que había sido de los ascendientes de la Virgen, y le pertenecía á ella. Pero Dios tenía dispuesto que el reinado temporal de la familía de Ju= dá no durase sino precisamente hasta que apareciese el que venia á levantar un trono fundado en justicia y santidad , que no tendría fin. Heródes ocupaba los palacios , que por derecho hereditario eran de la Virgen: en ellos era donde ésta hubiera debido nacer, segun las le= yes del mundo. Pero, como al caer en manos extranjeras el cetro de la casa de Judá, se echaban los cimientos de la verdadera monarquía, que Dios había: prometido á David, nace en la ciudad régia la Reina que ha de dar á luz al Rey de ese nuevo imperio , cuya duracion será la de la eternidad. No hay púrpura de Tiro, ni telas recamadas en los retre- tes, donde Ana da á luzá la Reina del mundo; ni tampoco relumbran alli los mármoles de Paros, ni las cunas de oro, ni el rico cendal de Egipto, pues todo eso ha pasado á manos de gente incircuncisa, valiéndose ésta de medios inicuos, pero cumpliéndose en ello las pro- fecías; pero en cambio abundan las preseas que ostentan la majestad de la niña recien nacida , y los ornatos y riquezas, que le ha dado el que más tarde nacerá de ella. (1) Gen., cap. 49, v. 10. 16

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz