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231 su naturaleza, y sólo se le dieran por un efecto de la misericordia di- vina : incurriendo tambien toda su prosapia en las mismas penas temporales y eternas, que él por su ingratitud se eranjeaba para sí mismo. Declaraba Dios desde entónces cuáles son los fueros del libre al- bedrío del hombre, y descubría la sublime armonia que habría entre este mismo albedrio y la gracia celestial, pues jamás padecería aquél violencia ó coacción alguna , ni para el bien, ni para el mal, ni haría ésta mas que ilustrar el entendimiento, ayudar la voluntad , fortale= cerla y animarla, para que amase el bien y lo practicase , pero siem- pre libremente. Para que los juicios divinos quedasen bien justificados, derramó con profusion en el primer padre de la humanidad abundan- tes dones, dándole la ciencia natural y sobrenatural mas extensa, é infundiéndole todos los carismas de la gracia: y sólo despues de ha= berlo adornado, enriquecido y fortalecido , permitió que llegase la ho- ra de la tentacion. Triste hora fué ésta por cierto, pues á pesar de saber Adan que con sus acciones iba á decidir de la suerte futura de todos sus hijos, escogió para sí y para ellos la desgracia presente y la desventura eterna, legando á cada uno de sus descendientes el reato de su culpa, junto con la naturaleza que les daba, de tal modo que nadie pudiese ser hombre sin sér pecador, hijo de pecador y des— tinado al suplicio del pecador. Gran derrota fué ésta para la estirpe humana , completo triunto al parecer para aquel angel, que envidió al hombre la dicha que él y sus secuaces habían perdido por haberse rebelado contra Dios, y no des- cansó hasta que no lo hizo compañero de su crimen y de sus suplicios. Pero, entre tantos heridos ¿no habrá alguno que no lo estó? Entre tantos muertos ¿no habrá alguno que viva? (1) Lo había por cierto: (4) Describe San Isidoro de Tesalónica la derrota del linaje humano y la existencia de una hija de Adan ni herida, ni muerta, y dice estas palabras. « Ni uno solo podía encontrarse sano, pues todos yacían he- ridos , inutilizados y envenenados con el tósigo de la serpiente. Pero al fin, despues de muchas generaciones, y despues que se dejó ver aquel encanto sobre lo natural, aquella Purísima, cuya virtud, para hablar con el profeta Habacuc (cap. 3, v. 3.), cubrió los cielos, y de cuyos resplandores se llenó la tierra de tal manera que el sol se oscureció con su presencia y se empequeñeció ; despues que esto sucedió , vuelvo á decir, Dios obra grandes maravillas por esta Vírgen, y arranca á los cautivos de las manos del tirano, y para consolarlos por su esclavitud pasada, los constituye señores del mismo que los ha tiranizado : ade- más, esta Virgen libra de la tempestad de las tinieblas á todo el linaje humano, y adorna con su hermosura á lós mismos que ántes fueran enemigos de Dios. ¡Tanto es el resplandor de la Virgen ! ¡ Tanta es y tan incomprensible la luz con que iluminóálos hombres.» (Serm. in Deipar. Annuntiat., núm. VIII)
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