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200 dado formar un cuadro perfecto , lo que es aquella alma santísima que ha de animar á su cuerpo virginal, lo que es esa naturaleza singular de la Virgen, lo que es su sagrada persona. Y como ésta no sea más que una individualidad , compuesta de un cuerpo animal y un alma racio- nal, que viven unidos entre sí, sin que esa individualidad pueda co- municarse á otro sér de la misma naturaleza, de ahí es, que para saber lo que es la persona de la Vírgen , tenemos que describir, una por una, estas dos sustancias , para poder despues entrar de lleno á referir lo que hizo , euando conversó con los hijos de la gran familia á que pertenecía. Confesamos lo agobiado de muestro espíritu, pues nos hallamos al frente de la gran montaña que intentamos atravesar: al concretarnos á explicar lo que es el alma de la Virgen, aquella alma predestinada á estar en consorcio íntimo con Dios, y lo que es aquel cuerpo virgi- nal que Dios escogía para su morada, y para'tomar de él la nalura- leza humana , purísima, perfectísima, santísima, casi nos faltan las fuerzas. Los mismos Santos Doctores, que han sido nuestra guía en nuéstras investigaciones, nos aterran con sus sentencias: el hombre que con más fijeza ha mirado á esta Virgen, escogida y brillante como el sol, nos dice «que esta Virgen es un piélago de luz que deslumbra gun 4 los mismos ángeles (1).» ¿Cómo nos atreverémos nosotros á mirarla con nuestras débiles pupilas? Otro de los hombres más gran- des que ha habido en la Iglesia ; aquél, que más parecía Serafin que hombre, cuando hablaba de las cosas del cielo , nos dice que Dios no puede hacer una cosa más grande que esta Virgen; que podría hacer un mundo mayor, y un cielo mayor que el que vemos; pero que no podría hacer una criatura mayor que esta Virgen , porque fué su Ma- dre, y fué una madre tan grande y tan perfecta , que ni Dios podía tener otra Madre que no fuese esta Vírgen , niesta Virgen podía tam- poco tener otro Hijo que no fuese el mismo Dios (2). ¿Quién se arro- jará 4 bogar por este piélago de luz? ¿Quién tomará el pincel para sacar el retrato de su hermosura? Pero, relévase nuestra pusilanimidad con las palabras de Jesucris- to, que alabó á su Padre y lo bendijo , porque había ocultado los mis- terios de su sabiduría 4 los sabios carnales, que andan llenos de hin- chazon, y los había descubierto á los pequeñuelos , que oían sus pala- bras con humildad , y no querían escudriñar las glorias de la majes- tad divina (3). Sabemos que el alma de la Vírgen es la obra más acabada que ha salido de las manos de Dios entre las puras eriatu= ras, y sólo queremos investigar la causa de tanta sublimidad, dejando - (1) S. Bernard. , serm. 2, de Annuntiat. (2) $S. Bonavent. in P. dist. 44. (3) Matth. ,cap. 141, v. 2,
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