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128 Pero tampoco causa esto admiracion , desde que se considera que la primera vez que Dios se dignó hablar al hombre, le manifestó que había de venir al mundo esa Mujer admirable , y que él tambien fué delineando en palabras y frases, que inspiraban á los varones santos las bellezas de esta heroina, á quien llamaba su querida, su amada, su sin mancilla, su escogida entre millares y su única predilecta. Así por tanto la diseñó varias veces Isaías; la nombró con asombro Jere- mías; describió sus bellezas Ezequiel; consideróla en su parto Mi- queas, y la vió dando al mundo la piedra angular que cubriría toda la tierra, el contemplador de los misterios de Dios, Daniel. Mejor di- cho, era Dios quien iba dando noticias claras y ciertas de la que te- nía escogida en sus consejos divinos , para que , bajo los tres concep- tos más tiernos, y las tres relaciones más encantadoras , le pertene— ciese como Hija , como Madre y como Esposa. Inspiraba el Padre, y no quería ocultar que tendría una Hija amada y querida, que no sólo tendría sus complacencias en serle obsequiosa y reverente, sino que tambien saldría al encuentro de la fiera del abismo, que intentó des- truir con su astucia y arrogancia los planes de su Providencia amoro- sa, y con su pié virginal hollaría su cabeza. Inspiraba el Hijo, y al paso que se complacía en que su profeta lo describiese bajo las pro- piedades y hermosura de una flor que sale de su planta, se llamaba él 4 sí mismo la flor del campo y el lirio del valle, y se llamaba tam- bien á sí mismo, niño, hijo pequeñito, representando á los hombres aquella escena divina, de verse el Hijo de Dios algun dia sostenido en los brazos de una Virgen, suspendido de sus pechos y recibiendo sus caricias. Inspiraba el Espíritu Santo, y si por un profeta decía que su amiga era hermosa y suave como Jerusalen, graciosa como la luna y escogida como el sol (1), por otro proclamaba que ésta escogida y ama- da había de germinar como el lirio, que la gloria del Líbano la había sido dada y la belleza del Carmelo y del Saron, y que entónces verán todos la gloria del Señor y la hermosura de Dios (2). Así venía marchando la grandiosa imágen de la Virgen, como un personaje majestuoso, velado con gasas de diferente tejido. Pri- mero se ven éstas oscuras y tupidas; despues descorriéndose éstas, aparecen otras más claras ; más tarde se presentan otras algo trans- parentes; sin embargo, los símbolos la encumbren con grandeza reli- giosa, las profecías la revelan con santa oscuridad, y los predicamen- los y excelencias que se publican, la colocan entre grandes luces de majestad y de gloria. Pero, son tantas las nubes que la rodean, que no es posible que el mortal la conozca, hasta que no baje del cielo un paraninfo, que diga á los hombres, que aquella Vírgen es la anun- (1) Cant., cap. 6, v. 3. (2) Isai., cap. 38, v.1,2,

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