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106 dad de llegar á agradar áDios, fué ponerle de manifiesto una profecía, la primera de las profecías y el punto céntrico al cual irían á parar todas las demás. Un acontecimiento muy lejano, pero señalado con los caractéres más notables de realidad futura , fué propuesto al hombre decaido, como el único medio de salud á sus males infinitos, si por tanto, para ser partícipe de esta gracia, quería dar asenso á las promesas de Dios; así es, que en el período de cuatro mil años, todo el que se salvó , tuvo que creer implícita ó explícitamente en dos cosas: en que Dios al principio del mundo anunció un gran aconteci- miento, que tendría lugar en edades muy remotas; y en que este acontecimiento se había de realizar. Pero es digno de notarse que esta * profecía contiene tres cosas principales, cuales son: la reparacion del hombre, la venida del Redentor y la existencia de una mujer, la cual era como la llave de ese gran arcano de la Providencia, faltando la cual», no podía comprenderse el principio y el fin de esa gran obra de Dios, ni los medios que había de adoptar para realizarla. Porque el gran misterio de esa profecía consistía en que, exigiendo Dios una reparacion á una ofensa «infinita , nadie podía darla*sino el mismo Dios; pero este Dios no podía hacerlo, si no se humillaba infinitamen- te, loque no podía tampoco tener lugar, si mo se hacía hombre; mas no era posible que se hiciese hombre, si no-había una mujer, que tuviese la dignidad necesaria para ser su Madre. Era por consiguiente esta mujer lo primero que tenía que presentarse en la profecía; Dios la tenía vista desde la eternidad , y vió el año, el dia, la hora y el instante en que había de aparecer, y la anunció al empezar á existir la naturaleza humana en la tierra. Desde que Dios se dignó manifestar á Adan el plan amoroso de su providencia, empezó el reinado de la profecía; y á medida que iban avanzando los tiempos, iban siendo más claros y explícitos los vatici- nios sobre el Redentor, y sobre cuanto se había de hacer por él en el mundo. Nada dejó Dios de anunciar á los hombres: de tal manera que aquel gran yaticinio, que por el discurso de algunos siglos fué un ar- tículo de fe aislado, se vió poco á poco rodeado de tantas profecías, que al fin formaban éstas con él como un símbolo ó compendio de doctrina revelada , que daba al primer artículo una nueva claridad, aunque todo cuanto se manifestaba estaba encubierto bajo el velo misterioso del porvenir. Fué dicho que Jerusalen se vería iluminada con la gloria del Señor, que las gentes andarían con su luz, y los re- yes marcharían tras de los resplandores de su naciente (1). Fué di- cho, que la sinagoga se revestiría de una nueva vida, y que sus hi- Jos serfan amamantados por reinas y princesas, y que los reyes los llevarían sobre sus hombros (2). Fué dicho , que esta nueva congre- (1) Isai., cap. 60, v. 1. 2) Id.,cap. 49, v. 22,
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