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196 las cuales, por muy ‘viejas, estan ‘étiprnten como'el acero- en vano despide silbidos mas roncos que los rugidos de ‘mi leones y leopardos que hacen retemblar 4 los montes: en vano se esfuerza Lucifer, pues su testuz y sus zarpas estin clayadas en la tierra ‘por el esforzado pié de la Virgen. jIn- feliz serpierite! Sabia que esa Virgen tenia que venir; y para ver si conseguia que la tocase siquiera una gota del veneno que inoculaba 4 todo hijo de Adan, arrojé de sus horrendas fauces un rio de tésigo que inundé la tierra, pero ‘sin tocar ni una gota 4 esta muger *. Sabia, que habia de’ tener un hijo, el cual habia de regir 4 todas las naciones con vara de _ hierro, y estuvo acechando para ver cuando venta este hijo, 7 tampoco’ pudo saberlo, porque este Hijo’venfa del trono de Dios y era para él: y al fin, despues que ha estado viendo 4 este Principe del cielo por tanto tiempo sin conocerlo; despues de haber andado acechando 4 esa muger, sin tener el mas ligero conocimiento de lo que era; despues de ha- berla mirado con tanto desprecio, y precisamente cuando se . gloriaba de haber destruido 4 su Hijo, es esta misma muger ‘quien holla su cerviz,’ quien le arranca de sus sienes la dia- -dema, quien la ‘sujeta, quien la encadena y quien la arroja al abismo. j;Ah! Los tormentos del infierno, aglomerados to- dos en uno, ora en su intensidad, ora en su extension, son suaves para Lucifer, comparados con el que tuvo, cuando _ vid que una muger, 4 quien él Geepreis ins habia podido | mas que él, y lo habia destronado. Apenas podremos referir lo que pasdé en aquellos momen- tos en las cavernas del abismo: lo diremos, porque en ello se descubre la gloria de la Virgen: pues, por mas que Laci- fer blasfeme contra ella, y por mas imprecaciones que vo- mite, para nosotros siempre es la Virgen la amada, la que- rida, la escogida de Dios, su Hija, su Madre, su Esposa, la gloria de Jerusalén, la alegria dé Israel, y la honra de su pueblo, la triunfadora de Lucifer, el terror del — y la thadre de los ee ‘ i ' Apoe. cap. 1“ y. 16. 2 Ibid. v. 8.

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