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LIBRO VIGESIMOPRIMERO. = La Viudez. * oan Habia ya diez y ocho afios que la Virgen Maria vivia en compania de su Hijo y de su casto esposo en la ciudad de Nazareth, llevando siempre el mismo tenor de vida y costum- bres, y siendo el modelo mas acabado de madres y de espo- sas: corria ya tambien el decimoquinto del imperio de Ti- berio y el trigesimoprimero de la vida de su Hijo, y se acer- ~ caba el tiempo destinado por Ja Sabiduria eterna para em- ‘pezar & predicar 4 los hombres la verdad y el reino de los cielos. Entre tanto, movianse por todas partes las gentes con la fama de un hombre extraordinario, que habia venido del desierto 4 las riberas del Jordén, y predicaba penitencia bautizando 4 cuantos venian 4 oirle sin distincion de perso- nas, pues se gpresuraban 4 las aguas del santo rio los ple- beyos, los sdbios, los soldados y aun los publicanos: Era Juan Bautista '. El ascendiente que este hombre habia tomado en el pue- blo, el verlo vestido- asperamente con pieles de camello, y Bi el saber que no comia sino langostas y miel silvestre, yel oirlo predicar con una libertad nunca vista contra el vicio de la hipocresia que dominaba entre los sibios de la Judea, hizo sospechar al vulgo, que este sér, aparecido cuando toda LE la nacion estaba en espectativa del Cristo del Sefior, podria b ser realmente el Ungido. Mas, para que nadie cayese en error, el Bautista, tan humilde en sus sentimientos, como veraz en sus palabras, clamaba y decia 4 la muchedumbre, ; que no era él el ungido, y que ni aun se creia digno de b t § Luc. caps 3, v. 12.
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