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anes LIBRO VIGESIMO. j La casa de Nazareth. i a I chile St a ete Ts zs Nie _ Dice el serdfico Doctor San Buenaventura, que despues que la Virgen Maria tuvo el indecible consuelo de hallar 4 su Hijo, le dirigié estas palabras: Hijo mio, yo deseo que vol- “a vamos d casa. {Quieres venir con nosotros? Y atade que el di- sy vino Nifio contesté diciéndola, que estaba pronto 4 hacer en Fle _ todo su voluntad maternal'. Y en efecto, el santo Evange- a lio nos ensefia, que despues de haber ‘hallado al Nifio, se 5 - vyolvieron con él 4 Nazareth los santos esposos, donde este a les rendia todos los obsequios filiales, estando sujeto d = ellos *. Bajaron en efecto 4 esta ciudad, en la cual habia de i pasar Jesucristo la mayor parte de su vida, por lo que sus 4 i & og a a . compatricios le llamarian el Nazareno, y sus enemigos lo tendrian por un hombre de la nada, como nacido, segun ellos creian, en una ciudad innoble, como educado sin fre- cuentar las escuelas, y como dedicado 4 ejercer un pficio . pobre, y ocupado en servir 4 sus padres. ' Es verdaderamente admirable la economia de palabras y brevedad de sentencias, con que el Espiritu Santo nos describe la vida de Jesus en Nazareth y junto con ella la de su Madre. Pero encierran tantas grandezas las dos senten- cias, en que se nos describe la vida del Hijo y la de la Ma- dre, que bastan ellas solas para ocupar todas las inteligen- cias angélicas en su contemplacion por toda la eternidad. Jesus estaba sujeto 4 cuanto sus padres le mandaban, obe- — ‘eciendo 4 Maria como los demds hijos obedecen 4 sus ma- dres: y en esta sola accion se nos presentan dos extremos wegen! 1. Meditat. Vit. Christ., cap. 15. 2. Luc. cap. 2, v. 51. TOMO I, 9

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