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lil vastos y dridos arenales del desierto: y como se aproximaban los dias de la primavera, en los cuales las carabanas pasaban estos arenales antes que viniesen los vientos mortiferos de Ja Arabia, es creible que se unirian con la primera que en- contraron en Gaza, y con ella entrarian en aquellas regio- nes, donde el cielo se muestra siempre sereno y sin nubes, y el sol extiende sin obstaculo sus ardientes rayos. Despues de salvados los peligros, entraban las penalida- des del paso por aquellos arenales, en los que no habia mas techo que el del firmamento, ni otro albergue mas que la tienda de viage que cada uno llevase, ni mas alimento que los datiles y el pan que era quizdis de cebada para los po- bres: y como lo eran en realidad José y Maria, pasaron _ aquel largo trayecto de cien leguas, tomando por el dia los ardores del sol, y durmiendo de noche sobre alguna estera en medio de los arenales. ; Qué desolacion para la tierna y delicada Madre! Cuando los céfiros de la tarde 6 los viente- cillos de la aurora venian 4 refrigerar 4 los viageros, era wnicamente el momento en que podia decirse que tenia al- gun respiro: por lo demas no habia otro medio mas que an- dar de uno en otro montecillo de arena, abrasada y enne- -grecida por los ardores del sol, los cuales se encuentran como éscalonados, y parecen dispuestos para engafiar al viagero: porque de lejos aparecen tan pronto como bosqueci- tos, donde uno piensa recrearse bajo la sombra de algun fo- ~ llage verde, tan’pronto como lagunas azules en cuyas aguas desea mitigar la sed que produce el paso de los arenales, y el sol ardiente del cielo de Egipto. Sin embargo en aquellos desiertos, ni llegan jamds los bosques, ni se aproximan los lagos, y el pobre viagero camina de decepcion en decepcion, no encontrando jamds sino arenas abrasadas, alguna agua salobre, y ni una brizna de yerba, donde se ciernan, y rom- pan el triste silencio del desierto, los vientecillos que vienen del mar Eritreo 6 del Modiaeraen. : : ‘dee STITT : 4 Al trazar estas lineas no podemos menos de recordar que por dos . veces hemos atravesado el gran desierto de arenas, por donde no pudi- mos pasar sin recordar este viaje, que el rey del cielo hizo en brazos de
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