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Lejos de ser esto un defecto en el hombre, es una perfec- cion; porque la naturaleza tiene la propiedad de querer permanecer y perpetuarse ; y como la humana no puede: du- rar siempre sino es por medio de la generacion, de ahi es que sus individuos, que solo permanecen en la tierra por un tiem- po determinado, concurren 4 su perpetuidad siempre que desean reproducirse por los medios que la misma naturaleza les presenta. ¥ esto, que en la naturaleza puramente animal — es una perfeccion abstracta, por no conocerla ninguno de sus individuos, sino solo el Autor de la naturaleza, que es Dios, viene 4 ser una perfeccion concreta en el hombre, el cual "recibié de Dios en un principio el don y el mandato de crecer y multiplicarse, y llemar la tierra ‘. Y cuando con- tribuye 4 la perpetuacion de. su especie por los medios que Dios ‘ha establecido, sin duda alguna merece bien de la mis- — ma naturaleza, y adquiere tambien mérito delante del que la — ha criado. No es por tanto extrafio que el padre vea en su fantasia al hijo que espera enjendrar, ni que la madre, aun antes de serlo, contemple hermoso, perfecto y cumplido al que espera ver suspendido de su cuello; pues como dice San Agustin, la mente humana adquiere noticias de las cosas sorte por otras semejantes que ha visto por medio de sentidos*. Y si el padre se contempla4 si mismo. ya otros | ‘desu’ especie, viéndose y viéndolos abundantes en gracias _Y dones de naturaleza, iqué deseo podré haber en él mas na- tural que el de dar 4 la misma naturaleza un nuevo vo indivi <= duo, en quien ella derrame soa semroet eg ene No puede « eomparacion entre Di - das las cosas en su esencia, y el hombre que one que existen; porque este, por las solas fuerzas de su comprension natural, sabe que todc es posible para Dios, y que asi como existen objetos y séres de presente, podrd haber otros del mismo género y de la misma especie en el porvenir; sin po- _ der por tanto decir si realmente existiran, y en caso que existan , lo que cada uno de ellos ha de ser como individuo ‘1 Gen. cap. 1, v. 28. 2 de Trinit. cap. 3, lib. 9.

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