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167 los quilates de la excelencia humana. Por lo que, si despues de conocer esta sublimidad de nuestro destino, y de poderla buscar, no hubiéramos tenido una demostracion de su reali- dad, ni se nos hubiese puesto 4 la vista, dado caso que el todo de la carne no hubiese producido 4 esta Virgen venera- bilisima, nos habria parecido en verdad que la voz divina no tuvo su efecto. En gracia por tanto de esta Virgen, oyé el hombre que habia de llegar 4 aquens sublimisima seme- janza.» ' Sabido es lo que constituye esta semejanza, y de qué mo- do tiene que tomar parte activa el hombre, para adquirirla y conservarla, El hombre lleva impresa la imagen de la natu- raleza divina en su misma naturaleza, en su alma, y esta imagen es indestructible: pero la semejanza con Dios no esté impresa en la naturaleza precisamente, sino que la constitu- yen las acciones virtuosas del alma misma; ni consiste en que nuestra alma sea una, y tenga tres potencias 6 tres modos de obrar, siendo siempre una su sustancia y naturaleza, sino en que sea pura, santa y recta, como Dios lo es por esencia. A llevar en si esta imagen convida Dios 4 los hombres cuan- _ do dice estos: Sed santos, porque yo lo soy. *. Y su Hijo nos ex- plica cémo lo hemos de hacer, 4 saber: siendo perfectos en la santidad, y no asi como quiera, sino como lo es nuestro Padre celestial, pues dice 4 sus discipulos: Y vosotros sed per- fectos, ast como vuestro Padre celestial es perfecto, imitandole en cuanto os sea posible*. Tambien es sabido, que en vano in- teritard el hombre, y el 4ngel mismo, copiar en si esta seme- janza divina con solas las fuerzas de la naturaleza; pues es preciso que Dios empiece el primero, santificando ‘su alma, la cual no entrafia esencialmente, ni el ser santa, ni el ser favo- — recida de la gracia de Dios, puesto que tanto la santificacion como la gracia para conservarla, son dones gratuitos de la bondad divina: pero una vez santificada, tambien es sabido, ‘ Slailon: Thessalon. serm. de Annunt., n.° XXI. > Levit. cap. 11, v. 44. ; is > Matth. cap. 5, v. 48. :