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156 de germinar como el lirio, que la gloria del Libano la habia sido dada y la belleza del Carmelo y del Saron, y que en- tonces verin todos la gloria del Sefior y la hermosura de Dios'. ~ Asi venia marchando la grandiosa imagen de la Vir- — gen, como un personaje majestuoso, velado con gasas ie © diferente tegido. Primero se ven estas oscuras y tupidas; des- pues descorriéndose ‘ estas, aparecen otras mas Claras; mas tarde se presentan otras algo transparentes; sin embargo, los simbolos la encubren con grandeza religiosa, las profecias la revelan con santa oscuridad, y los predicamentos y excelencias que se publican, la colocan entre grandes luces de majestad y de gloria. Pero, son tantas las nubes que la rodean, que no es posible que el mortal la conozca, hasta que no baje del cielo un paraninfo, que diga 4 los hombres, que aquella Virgen es la anunciada por Dios al principiar el mundo, y la distinga de todas las demas, llamandola en su propio apelativo, y dicién- dola lena de gracia, querida de Dios y bendita entre todas las mujeres? Felices son, y mil veces felices los hombres que han ve- nido al mundo, despues que el Angel hablo con la Virgen de Juda, y la dié aquellos dictados; porque todos pudieron ver resuelto el gran problema, de saber quién era aquel sér, que tanto merecié en los destinos humanos, 4 quien todos espe- raban, de quien tantas cosas se decian, y de quien dependia la felicidad de todo el linaje humano, pues estaba escrito que este personaje habia de estrellar la cabeza de su cruel ene- migo. Una vez conocida Maria por el fruto de su vientre, una vez visto, que el reino de Dios era anunciado 4 los pobres, que la supersticion desaparecia, y triunfaba en la tierra la ver- dad, los hombres podian decir 4 Maria que ella era la anun- ciada por los profetas, la descrita por los hombres inspirados, la prefigurada en las mugeres célebres, la elegida por el Es- piritu Santo, y en una palabra, la gloria de la nueva Jeru- salén, la alegria del nuevo pueblo de Israel, y la honra de % ‘ 1 Jsai. cap. 35, v. 1,2. 2 Luc. cap. 1, ¥. 28.