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admirables relaciones, que hay entre el Hijo de Dios y su Madre, de las cuales resulta que es imposible que esta abra sus labios para pedir y que aquel no otorgue la gracia. Para. explicdrnosloen términosadecuados 4 lo que vemos entre no- sotros, estos hombres, verdaderamente llenos de fuego celes tial, se imaginan escenas en el cielo, semejantes 4las qué se ven 6 pueden verse en la tierra, las cuales son por su natu- raleza arrastradoras de los corazones que toman parte en ellas. Aqui, cuando algun hijo se encuentra algo rehacio en seguir los deseos de una madre que se los descubre, 6 se deja ver con corazon algun tanto duro para con la que lo engendré, no concediéndola lo que le pide, vemos que la madre recurre al arma mas poderosa que la ha dado la na- turaleza pata cautivar, para convencer y para ablandar al — hijo, que intente mostrar algun desdén hacia la que lo en- gendro. Mira, hijo, dice la madre, mira este seno donde te llevé nueve meses; mira estos pechos, que te han dado la vida, y no niegues 4 tu madre lo que te pide; porque por mucho que yo te pida, todo ello vale poco comgaanse con la vida que me debes. ~ Como el Hijo de Dios esta sentado 4 la diestra ia su Pa- dre con su humanidad gloriosa, asi tambien esta sentada su Madre & su derecha; es decir, explica San Bernardino: del mismo modo que Jesus estd sentado d ia mano derecha de su Pa- dre, poseyendo los bienes mas preciosos de éste, ast tambien su Madre ocupa un trono al lado de su Hijo, sublimada. a. la posesion de cuanto este tiene +. Y en esta mutua participacion de glo-~ ria es donde contempla San Antonino, lo que media entre la Madre que pide y el Hijo que concede; y sin embargo de que para Dios todo esta presente, y de no haber necesidad de que su Madre le ponga por delante, lo que-ella hizo por él en los dias de su vida mortal, describe una escena tierna, afectuo- sa, arrastradora del mismo corazon divino, y aun capaz de hacer que él mismo entre en un éxtasis arrobador, al ver tanto amor de madre y tanta belleza del corazon virginal, * ‘ Tom. 3, Serm. 11, art. 3.

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