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56 “como todavía no estás adiestrada en el manejo de estas armas, no quiero rec: omendarte su exclusivo uso, no sea que en vez de herir al enemigo, te hieras tá misma; ó que cansada de esgrimirlas sin fruto, dieses por perdida la victoria, quedando el mundo vil dueño del campo. Por eso, dejando para la pr l- mera ocasión el hablarte de ese asunto, paso en ésta á Mamar tu atención sobre la vileza y falsedad de esas cosas que te suceden. ¿Por dónde te parece que empecemos, cara Teófila? Fama, honra, riquezas, galas, diversiones, todo ello no es más que una sombra que se desvanece, humo que el viento disipa, polvo que ciega los ojos de quien lo mira. Recuerdo bien que estando una vez predi- cando en esos hermosos pueblos de la Bética, salí al campo una tarde, y hallé junto á un vallado unos cuantos arbustos cubiertos de flores amarillas que de lejos parecían á la vista muy hermosas. Al pasar frente á ellos extendí la mano para cortar una de sus ramas, y despidió de sí un olor tan pestífero que en toda la” tarde le pude hechar de mí. Tal es, hija mía, la gloria del mundo; una fábula compuesta, un lazo bien urdido, una flor venenosa y de fétidos olo- res, un hediondo, que así me dijeron se llamaba aquel arbusto que me engañó. Pues viniendo á tratar de cada una de esas cosas en particular, quisiera yo que me dijeras tú misma ¿qué son los dineros y las riquezas? Si miras á su pro- pla naturaleza, verás que la plata y oro no son más que un estiercol precioso ó una tierra amarilla, como la llamó con maravillosa propiedad San Gregorio Nazianceno. El diamante y las piedras más preciosas no son más que chinitas de un color resplandeciente: la seda, baba de gusanos asquerosos: las telas más ricasy finas, pelos de arímales ó filamentos de plan- tas: el márfil, huesos de animales muertos: las grandes posesiones, pedazos de tierra miserables, tmáldecidn por Dios y regada por el sudor del hombre y todas
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