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E ASA a RD , 2. 318 cia son propiedades de nuestra naturaleza corrompi- da, esimposible para nosotros carecer por completo de distracciones; y es por lo mismo una locura entris- tecernos por no conseguir este imposible. Jamás po- dremos evitar que alguna vez nos turben pensamien- tos vanos, ó ríos fatiguen y avergiiencen imagina- ciones repugnantes y feas. Poreso tengo por necia al alma que sé empeñaen evitar todas sus distracciones, y por tonto al director que le diera este consejo: á él, porque la falta de distracciones, no es una señal cierta ni un criterio seguro para juzgar el adelanto de su alma; y á ella, porque su empeño sería tan lo- co como querer llenar de agua una cesta de mimbres. Las distracciones hay que echarlas y aventarlas co- mo aventamos las moscas cuando nos molestan; pero sin esfuerzos vanos, sin hacerles mucho caso y sin empeñarnos en extirparlas del todo, porque ese em- peño sería tan inútil y descabellado, como preten- der acabar con 103 mosquitos en verano. Lo que de- bemos hacer es no darles entrada en nuestra alma, cerrando cuidadosamente las ventanas de' los senti- dos, como cerramos las puertas de nuestra alcoba y la tenemos obscura para que no entren allí esos fas- tidiosos insectos, que después nos impiden dormir reposadamente. Pero pasemos á examinar las distracciones en sus causas: estas son muchas en número, y de ellas somos culpables unas yeces y otras no. Somos culpables en las distraciones, siempre que deliberadamente nos entretenemos en ellas, porque así como la adverten- cia y el consentimiénto convierten la tentación en pecado, así también el entretenimiento deliberado convierte la simple distracción en falta ó imperfec- ción voluntaria; y así como no hay culpa, sino mé- rito en la tentación, cuando no la consentimos, así tampoco hay falta en las distraciones cuando no las queremos, por más que nos molesten y fatiguen. Dos son las fuentes principales de nuestras dis-

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