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317 fruto. Me dirás, tal vez, que sólo te quejas de la pena y tristeza que te causan las distracciones; á lo cual te contesto, repitiendo, que si las tienes por tu culpa y negligencia, justo es que recibas pena de ello, pues la pena ha de recaer siempre sobre la culpa; pero si, como yo supongo, las tienes contra tu voluntad, y por lo mismosin culpa, entonces no hay por quétener pena, pues que no hay culpa ni falta, sino flaqueza, debilidad miseria, frutos permanentes de nuestra naturaleza, viciada por el primer pecado. Y aquí se ha de advertir, para consuelo nuestro, que muchos santos y almas perfectas han padecido hasta el fin de sus días esa misma guerra de pensa- mientos importunos, unos más y otros menos, sin de- jar de ser santos. Digo esto para que no desmayes, si te sientes distraída y pobre de recogimiento delante de Dios; porque así como los pobres enfermos y ne cesitados son los que tienen mayor derecho al socorro y compasión de los buenos, así taMibién las almas de natural más distraído, pobre y enfermo, son las que tienen mejor título para merecer la coppasión y la indulgencia de Dios. No tomes, pues, tanta pena por tus distracciones involuntarias, y piensa que Dios se compadece de tí y te mira con piedad cuando en la oración te distraes inadvertidamente, 4la manera que un padre se compadece de su hijo epiléptico cuando habla con él reposadamente, y ve que de improviso le entra un ataque nervioso que le deja sin acción Mas ya que las distracciones son una verdadera en- fermedad de espíritu, bueno será que nos detengamos á examinar las causas de donde proceden, á ver sl podemos arrancarlas de raíz, 6 por lo menos encon- trarles algún remedio. Yo llamo distracción á la volubilidad, vagancia 6 inquietud natural de nuestra mente; inquietud, va- gancia y volubilidad que la apartan del objeto al cual debe atender, haciéndola que se fije en otras co- sas impertinentes. Como la volubilidad é inconstan-
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