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a 314 no y edifican á los demás con sus ejemplos de virtud: son la sal de la tierra; y así como la sal preserva á la carne de corrupción, así ellas preservan de la co- rrupción del vicio sus almas y las ajenas. ¡Cuántos niños y cuántas niñas deben el beneficio de la fe $ instrucción religiosa á las vírgenes del Señor! ¡Cuán- tas almas deberán su inocencia, su perseverancia, Ósu conversión, á los consejos, ejemplos y oraciones de las vírgenes seglares? ¡Cuántos hijos deberán su corona de gloria á una hermana mayor que veló tanto por la pureza de ellos como por la suya propia? ¡Ah! yo creo que si en cada familia hubiera una doncella piadosa, virgen á Dios consagrada, ansiosa de que Jesucristo reine en los corazones por el amor y la inocencia, pronto la sociedad se vería reformada y la virtud floreciente en la tierra. Y lo creo, porque la historia me dice que la virginidad en los primeros siglos de la Iglesia, destruyó los templos de los im- paros dioses del gentilismo; y que el fuego sagrado que arde en el pecho de las vírgenes es el único fuego capaz de cauterizar y destruir ese cáncer horroroso del sensualismo impuro que devora las entrañas de la sociedad presente. Y se pregunta todavía, ¿qué hacen en el mundo las jóvenesque renuncian ser es- posas ó madres de familia? ¿Qué han de hacer? edi- ficar con su virtud y salvar con sus ruegos al mundo; ellas oran en el silencio de sus casas ó en la soledad de nuestros templos, y, con sus gemidos, sus lágrimas y sus sacrificios atraer sobre la tierra las bendiciones del cielo, y sobre sus familias las misericordias de Dios. . Contestemos por último á la objeción de la madre: ¿No me he casado yo? pues ¿por qué no se ha de ca- sar mi hija? Objeción necia, impregnada de owgullo, de envidia y de vanidad pueril! ¿Se casó usted, seño- ra? pues si tuvo vocación para ello, hizo bien; pero sl su hija la tiene para lo otro, hace mejor, permane- ciendo soltera, según la doctrina de San Pablo. ¿Y
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