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249 humilla, llegando entonces á desconfiar de su ade- lanto en la virtud. Esa tristeza, esa inquietud, esa desconfianza y esa molestia que nos causan nuestras propias faltas, provienen ordinariamente d l orgu- lloso espiritu humano que está escondido dentro de nosotros, haciéndonos creer que somos más buenos de lo que en realidad sómos; ese discusto interior es una prueba clara de que no somos humildes, y de que secretamente nos estimamos en mucho más de lo que valemos. El que es verdaderamente humilde, el que está lleno del espíritu de Dios, no se espanta niséinquieta cuando cae, porque conoce su debili dad y sabe que sin la gracia de Dios nada puede; se duele de. su falta, la detesta y procura corregirse; pero sin turbación, sin amargura, sin esa descon- fianza hija de un espiritu humano que' desconfía de- masiado de sí mismo. Por tanto, si en el exámen dia- rio hallas algunas faltas que te humillan, te turban, te desalientan é inquietan demasiado, ten entendido que el espíritu humano existe en tu corazón. Caer y no perder el ánimo por la caída, sino adquirirlo ma- yor, es obra de la gracia; pero caer y desmayar es propio de la mísera naturaleza. Caer y humillarse, sin perder la paz ni la quietud del alma, es propio del espíritu bueno; pero caer, y perder la paz y por eso irritarse, es obra de mal espíritu. A qué viene esa impaciencia por la falta cometida? ¿Se remedia algo con eso? ¿Se adelanta algo con examinar las circunstancias y turbarnos, porque fácilmente pu- dimos evitar la caída y no la evitamos? Eso podrá servirnos para lo sucesivo; pero ¿de qué sirve el im- pacientarnos, por haber faltado? ¿Deja por eso la falta de ser falta? ¿Se disminuye acaso con esa in- quietud y turbación? Por el contrario; con eso se aumentan y se multiplican las faltas, pues á la pri- mera añadimos otra de impaciencia, y luego otra de desconfianza, y después mil de quejas y resentimien- tos con Dios y con el prójimo. ¡Cuánto mejor sería cial ra => E Dress

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