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232 oportuna para abrir los ojos 4 muchos ciegos, para desengañar á muchos engañados, para despertar á muchas almas que están dormidas al borde del pre- cipicio, para zaherir á más de cuatro beatas que, des- pués de muchos años de vida espiritual, no han dado un paso en el camino de la perfección verdadera; y para decirles 4 muchos sacerdotes, predicadores y confesores, que han perdido y pierden lastimosa- mente el tiempo, el trabajo y el mérito que pudieran haber adquirido ó adquirir en adelante, obrando con rectitud de intención, por principios sobrenaturales, y no según las torcidas inclinaciones de nuestra corrompida naturaleza. Vamos, pues, al asunto, que aunque es delicado y repugnante, como la cura de ina llaga cancerosa, bien merece la pena de que en- tremos en 6l con energía y repeso. Comenzaré, según mi costumbre, trascribiendo tus palabras: «He leído—me dices—en la Imitación de Cristo un capítulo que trata de los diversos movimientos de la naturaleza y dela gracia, y, la verdad, me ha llamado la atención sobremanera y me ha dado mu- cho que pensar. Dice allí que la naturaleza es astuta, arrastra á muchos tras sí, los enreda y engaña, y no busca otro fin que á sí misma... que trabaja siempre por su propio interés, y sólo atiende á lo que le con- viene ó le agrada... que todo lo hace por su propia utilidad y conveniencia, que no puede hacer nada gratuitamente, sino que siempre espera conseguir alguna cosa igual ó mejor, alabanza ó favor en todas sus obras: y por último, añade, que la naturaleza todo lo encamina á sí propia, y por sí misma trabaja, disputa y porfía. Esto y mucho más dice el Kempas, hablando de la naturaleza humana; y como V. de- dicó toda una carta (la XVII) á probarme que la gracia de ordinario se acomoda á la naturaleza; y como ántes me dijo que nuestras acciones carecen de mérito, si no van sobrenaturalizadas por la gracia y dirigidas á un fin sobrenatural, se me ha metido

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