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220 agitada, en la que unas ocupaciones empujan á otras, sin que puedas detenerte en ninguna de ellas, Pues si quieres que te diga la verdad, no me gusta. esa vida, Teófila; y creo que vas mal por ese camino. Tal yez te cause extrañeza este parecer mío, y quieras preguntarme por qué pienso así; mas yo creo que sería bastante respuesta el recordarte aquel expresivo pro- verbio de nuestros mayores, que dice: el que mucho abarca poco aprieta; y por si esto no te satisface, VOy á darte á conocer mi pensamiento, aunque sea en estilo parabólico. En cierta ocasión salía del puerto una hermosa nave cargada de preciosas mercancías: el mar estaba en calma, y las olas no agitaban la tranquila super- ficie de las aguas; la brisa bonancible y los frescos vientos del Levante soplaban con esa fuerza constante que alegra el corazón del marinero; la nave salió con todas sus velas desplegadas, las que henchidas por el viento la hacían correr apresuradamente; los pasaje- ros agitaban los pañuelos en el aire, como burlándose de los otros barcos que atrás se quedaban; todas las miradas estaban fijasen aquella nave empavesada que se deslizaba majestuosa sobre las amargas ondas, cuando de repente se oyó el sordo ruido de un choque, tras él gritos de admiración y espanto, y un momento después la nave quedó sepultada bajo las aguas, que, arremolinadas y espumosas, señalaban el lugar del naufragio. El barco se había estrellado contra una roca que estaba oculta á flor de agua; las preciosas mercancías se hundieron en el profundo, y el mar quedó sembrado de cadáveres y de tablas. ¡Quiera Dios, Teófila mía, que no te pase otro tanto! Hoy te entregas á mil prácticas de piedad, corriendo de una en otra como nave que surca la alterada superficie de los mares; y yo, como navegante experimentado que asó por entre esos escollos, te doy voces, anuncián- dote el peligro: ¡Alerta, pues, cara Teófila! que los muchos cuidados y las demasiadas ocupaciones, aun-
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