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207 El primer milagro que el mismo Cristo hizo en su vida pública, convirtiendo el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea, lo hizo también por me dio y á ruegos de su Divina Madre; y la última recomendación que hizo al discipulo fiel, antes de entregar su espíritu al Padre, fué encomendarlo á la protección y amparo de su Madre dolorida: Ahí tie- nes á tu hijo (1). De donde se sigue claramente, que el que quiera prescindir del amparo y protección de esa divina Señora, obra abiertamente contra lo enseñado y practicado por Jesucristo; y el que obra contra lo enseñado por la Verdad eterna, necesaria- mente irá de error én error y de abismo en abismo, hasta llegar al de su eterna perdición. Mas por el contrario, el que solicita favores del cielo por medio de María, el que con filial afecto se acoge á su pro- tección y amparo, el que le profesa una devoción sincera, tierna y constante, ese obra en conformidad con lo enseñado por la Verdad infalible, y por eso caminará de virtud en virtud y de bien en mejor, hasta llegar á ver la Deidad Suprema en la celestial Sión. Fundados en esta verdad, miraron siempre los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, como señal cierta de predestinación la devoción á la Madre de Jesucristo, considerando á esa devoción como nece- saria hasta cierto punto, para conseguir la salvación. Y si para esto es necesaria la devoción ú María, dicho se está que lo será mucho más para lleyar una vida espiritual y perfecta. María es una creación especial del Altísimo; es un cielo nuevo y una tierra nueva, según la frase del Profeta apocalíptico; es un mar de gracias, como su nombre significa; pero mar en el cual encerró Dios todo lo que hay de grandioso, admirable, raro y pre- cioso en el orden sobrenatural; es la depositaria y te- sorera de las incomparables riquezas del Padre, de los (1) Joan, 19.
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