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206 “Tú deseas que te diga cómo has de prepararte para celebrar el mes de Mayo, qué obsequios le has de hacer á nuestra dulce Madre en el mes de las flores, cómo has de portarte para agradarle mucho, y en fin, quieres que te diga muchas cosas de la: Vir. gen para que la ames y le tengas una dévdción grande, siquiera durante este mes de María. Gracias á Dios que esta vez me viene tu petición, como la sombra de la encina al labrador fatigado por los ardores del sol, ó como la fuente clara al caminante sediento, pues la verdad es que tenía ganas de hablarte de eso mismo; porque este hermoso tiempo de primavera, la singular alegría de que está reves- tida la naturaleza, las flores que brotan por todas partes, exhalando sus perfumes; todo convida á que hablemos de la Reina de las flores, de nuestra inma- culada Madre María. Comenzaré, pues, diciéndote que, según enseñan los Santos, la devoción á la Madre de Dios es hasta cierto punto necesaria en la Iglesia. Esa devoción no es un simple ornato del catolicismo, sino parte integrante del mismo; no es una deyoción accidental como tantas otras, que puede practicar ó no practicar el cristiano; es más bien una devoción substancial, sin cuya práctica no es lo que debe ser, no es cató- lica la vida de ningún mortal. Jesucristo vino al mundo por medio de la Virgen Santísima, y es muy puesto en razón que el mundo no vaya á Cristo, sino dor medio de su Madre. Por Ella hemos de ir á risto, y por Cristo al Padre, persuadidos de que un misticismo que prescinda de María es falso, como una religión sin devoción á la Madre del Verbo no puede ser verdadera. Voy á ver si acierto á decla- rarte más estas verdades. El primer prodigio de la gracia que hizo Jesu- cristo en este mundo, lo hizo por medio de su Madre inmaculada, santificando al Bautista en el seno de la suya, antes que viera la hermosa luz de-los cielos.
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