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196 tienes en el cieJo; pues ¿cómo de él vives tan olvida- da? ¿Qué manos te criaron, sino las suyas? ¿Quién te sostiene más que su providencia? ¿ ¿De quién son las criaturas que te sirven? ¿De quién es el aire que res- piras, y la tierra que te sustenta, y la vida que vives? ¿De quiéri esperas el cumplimiento de tus deseos y tu felicidad eterna, sino de El? Pues ¿cómo no le amas y le sirves con afecto filial? ¡Ay! ámete yo y sirvate siempre, amoroso Padre mío! Y que mis ojos te glorifiquen, y mi lengua te alabe, y mis ma- nos te sirvan, y mis pies anden por el camino de tu ley santa, y mi memoria te recuerde siempre, y mi entendimiento nunca de tí se aparte; y mi voluntad siempre te adore, y mi corazón y mis entrañas todas se derritan en tu amor constantemente. Dispensa, cara Teófila, estos afectos que se han escapado del corazón, y que la pluma, dócil al im- pulso que la rige, deja en el papel estampados; dis- pensa, y colige de todo lo dicho que nuestra vida espiritual y todo el adelanto que en ella puede ha- cerse, depende hasta cierto punto del aspecto bajo el cual consideremos á Dios. Si hasta hoy no lo has considerado como á Padre, no extrañaré que sea ese el obstáculo que te detiene en la senda escabrosa de la perfección; y si éste por ventura no lo es, entonces buscaremos otro día cuál pueda ser la causa de tu poco adelanto; pero de todos modos, te encargo que examines tu conducta en este punto, hasta que te corrijas completamente y sirvas á Dios con espíritu de hija; y entonces verás que el tren donde viajas para el cielo, cobra nuevas fuerzas y arranca á correr impulsado por la actividad del fuego divino. Que él te conduzca pronto á las *“deli- ciosas regiones de la santidad, es lo que desea tu afectísimo Padre, Fr. AMBROSIO.

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