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191 lo estaban, persuadidos pienamente de que Dios es nuestro Padre amoroso, el no tener nosotros hacia Dios aquel sentimiento filial que ellos tenían, es, á mi juicio, uno de los obstáculos secretos, quizás el más general y el mayor de los que nos detienen en el camino de la virtud. Por eso voy á decirte sobre ste punto lo que yo sepa, á ver si, removido ese bstáculo, el tren arranca y sigues animosa el viaje comenzado. Apenas hay en toda la Escritura sagrada, verdad más terminante, ni más expresa, ni más veces repeti- da, que esta consoladora verdad de que Dios es nues- tro Padre. Y aunque el sagrado texto no lo dijera, bastaría la luz de la razón para ver claramente que Dios es nuestro Padre, porque nos ha dado el sér, la vida y la existencia en el orden material y espiri- tual, en el orden de la naturaleza y en el de la gracia. Y si aquí llamamos Padres á los que fueron simples instrumentos para la formación de nuestros cuerpos, sin tener parte alguna en la creación del alma, ¿cómo no será nuestro Padre, el que sin aquéllos creó nues- tras almas, y á ellos dió virtnd para que pudieran ser instrumentos en la formación de nuestros cuer- pos? ¿Cómo no llamaremos Padre al que nos dió el sér racional por un acto de su bondad inmensa; al que nos hizo hijos de bendición, cuando éramos nos- otros hijos de maldición eterna; al que con providen- cia especial nos alimenta y regala; al que nos da hidalguía, nobleza y dignidad inmerecida, y al que nos ha nombrado herederos de infinitas riquezas? Es nuestro Padre tan de verdad y por tantos títulos, que el mismo Jesucristo, para animar nuestra con- fianze y excitar nuestro amor, nos dijo en su Evange- lio: A nadie llaméis Padre en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre que está en los cielos (1). De modo que así como Dios es por su naturaleza hermo- (1) Math. xxu5, 16.

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