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190 andamos? Esto me pregunto algunas veces á mí mis- ma, avergonzada de ver que no adelanto en la virtud, Yo aborrezco al mundo y estoy con él divorciada: yo amo la piedad y quisiera estar siempre dedicada á ejercicios honestos y devotos: yo siento en mí, no sé qué ansias de perfección y un vivo deseo de ser santa; y 4 pesar de todo, estoy á mi modo de ver pa- rada. ¿Por qué no adelanto? ¿Qué obstáculo me detie- ne? Cosa debe ser por cierto muy oculta, porque yo no la veo ni la entiendo.» En verdad, amada Teófila, que tienes razón al afir- mar que es oculto y muy secreto ese impedimento que te detiene en el camino de la santidad; pero eso mismo debe excitar tu curiosidad por averiguarlo, para alejarlo de tí. Yo no te prometo descubrirlo de buenas á primeras, sino darte á conocer simplemente algunos de esos impedimentos ocultos, dejando á tu juicio el examen de cuál ó no es el que te tiene esta- cionada. Por lo pronto te diré que un alma puede ser buena, mortificada, enemiga del mundo y del pecado; delicada de conciencia, recogida y ansiosa de perfec- ción; y no obstante lo bueno que es todo eso, verse lejos de la santidad. Basta tratar en este mundo con personas santas, ó leer las vidas de los Santos, para conocer que ellos no se hicieron tales con sólo eso, Además de eso, había en ellos una cosa indefinible que nosé cómo expresarla; había un afecto, una sua- vidad, una ternura, una devoción, una confianza filial, una delicadeza y un amor tan grande para con Dios, que los distinguía del vulgo de los fieles, como se dis- tingue el sol entre los astros. Ese amor tan grande, esa confianza tan dulce y esa ternura tan delicada, nacían en ellos de un profundo sentimiento filial que había en sus corazones, sentimiento que á su vez di- manaba de la clarísima y consoladora idea que ellos tenían de que Dios es nuestro amantísimo Padre. Pues la falta de esa clara y consoladora idea de la pa- ternidad de Dios; el no estar nosotros como los Santos
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