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175 tros corazones y nacer en ellos, si le preparamos in- teriormente una deleitosa morada para hospedarle. Pero ¡ay! quelejos de hacerlo así, muchas almas pasan el tiempo santo de Adviento en la inacción y en la pereza, durmiendo aletargadas, sin oir la voz del Señor que amorosamente nos despierta y nos convida con su gracia. A las puertas de nuestras almas está llamando ya el Divino Huésped, diciéndonos como á la esposa de los Cantares; Abreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, porque mi cabeza está llena de rocío y mis cabellos mojados con el relente de la noche (1). Abrámosle, pues, prontamente y démosle acogidaen nuestros corazones, no sea que al despertar de nuestro sueño tengamos que decir, llorando con la misma esposa: Abrí á mi amado el pestillo de mi puerta, y ví que había pasado adelante: le busqué y no le hallé, le llamé y no me respondió (2). Grande desgracia es esta para el alma devota, y 4 tin de que no incurras en ella, quiero hablarte hoy del recibi- miento que hemos de hacer al infante Jesús, y del místico portalito que le hemos de fabricar dentro de nuestras almas para que se digne nacer en ellas. A. este fin se ordena el Adviento, palabra de origen latino que significa advenimiento 6 venida de Cristo al mundo, y que hoy la usamos como sinónima de preparación espiritual para celebrar dignamente la Natividad de Nuestro Divino Salvador. Cuatro sema- nas completas quiere la Iglesia nuestra Madre, que empleemos en esta preparación, honrando primera- mente al Verbo encarnado en el seno purísimo de la Virgen Madre; en segundo lugar, disponiéndonos interior y exteriormente para recibirle; y por últi- mo, deseando con vivas ansias verlo nacido en nues- tras almas para regocijarnos y alegrarnos con él, En cuanto á lo primero, debemos honrarle con (1) Cant., y, 2, (2) Id. 6.

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