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espíritu como Dios me ha dado: y mivergiienza crece, Jedo me comparo con otras personas de mi propia lalantan clase, condición y estado, y veo que ellas adelantan y yo no; que ellas están llenas de virtudes, y yo de faltas. Desearía yo, Padre mío poderle, decir á V. que he vencido por completo una de las a 1es que me combaten, y no puedo decirlo con verdad. Quisiera yo señalarle á V. un solo defecto del « dal me hubiera enmendado, y no me es posible. Desearía, en fin, sor- prender á V. con la orata afirmación de que he arrancado completamente de mi corazón siquiera una de mis imperfecciones características, ó una de mis faltas ordinarias, y con grande confusión mía le digo que no puedo afirmar semejante cosa. Lo único bueno que veo en mí son los deseos de ser bue- na, y los esfuerzos que hago para serlo; pero esfuer- zos sin resultado alguno, sin ningún adelanto prác- tico. ¿Provendrá esto de que mis esfuerzos no son verdaderos? ¿Proyendrá de mi E destreza en luchar con mis pasiones? ¿Provendrá de mi ignoran- cia y mala traza en derr e esos pequeños enemigos que me combaten?» Sí, Teófila, sí, de eso proviene ciertamente. Si tus deseos de perfección fueran eficaces y tus esfuerzos verdaderos, aquellos deseos y estos esfuerzos te adiestrarían en la lucha, te harían buscar los medios más oportunos para tu defensa, desterrarían tu ignorancia y mala traza, y, por último, te conduci- rían á la victoria, no sólo de tus faltas 6 imperfeccio nes, sino hasta la victoria de tí misma, que es la ma- yor y la más importante de las victorias. Por eso te dije al comenzi ar, que me costaba tr: ab 1jo creer en la eficacia de tus deseos y en la realidad de tus esfuerzos. Y no vayas á colegir de aqui que los deseos de toda persona devota que comete alguna falta son vanos, n1 sus esfuerzos aparentes ó falsos, porque tal conse- cuencia sería más que falsa. Una cosa es caer en una falta por descuido Ó por flaqueza, y otra cosa muy
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