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125 tuviera enemigos interiores, enemigos exteriores, y enemigos en la frontera, pues estos últimos serían lazo de unión entre los enemigos extraños y los do- mésticos. Nuestros enemigos interiores son la carne, con su séquito de pasiones y apetitos desordenados; los exteriores son los demonios, y el mundo seductor es el enemigo fronterizo que pone en comunicación á los otros dos. De aquí nace la dificultad en saber luchar debidamente con las tentaciones; porque si estas provinieran de las pasiones y de los sentidos con mortificarlos y hacer penitencia estaba todo arre- glado; si vinieran del demonio, con despreciarlo y no hacerle caso estaba todo concluido, y si vinieran del mundo, con apartarnos de él nos habíamos salvado. Pero cuando mundo, demonio y carne se coligan para combatir al alma (y se coligan casi siempre), enton- ces se necesita para vencer, mucho valor y mucha sagacidad. El demonio, amaestrado por la experiencia de lar- gos siglos, conoce aproximadamente, si el alma caerá óno en la tentación; él ha reducido á cálculo las probabilidades de nuestra caída y hace uso de ese diabólico conocimiento con maestría consumada, con un tesón que nunca afloja, y con una variedad que espanta considerarlo. Sin embargo, á pesar de su astucia y maldita ciencia, el demonio se engaña casi siempre que tienta á un alma piadosa; y seen- gaña, porque como él no puede conocer nuestro in- terior, interpreta erradamente nuestras acciones exteriores: se engaña, porque ignora las gracias con que contamos para luchar; y se engaña, sobre todo, porque no sabe estimar en lo que valen, los efectos de la tentación misma, ni el poderoso auxilio que Dios nos da en ella, peleando á favor nuestro. Es un consuelo saber que la tentación nunca puede ser un combate aislado entre el alma y el demonio, sino un combate, en el que Dios tiene una parte principalísi- ma. Según la fe nos enseña, el demonio no puede
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