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111 la santidad cultivar cada uno sus mejores cualidades w las buenas inclinaciones de su natural; porque asi como Dios acomoda su gracia á la naturaleza, así nosotros debemos acomodar nuestra naturaleza á los impulsos de su gracia, aunque en hacerlo sintamos grande gusto y complacencia. Para que comprendas mejor esta doctrina y sepas aplicarla 4 Casos deter- minados, voy á referirte, á falta de ejemplos, un sueño que la explica bastante bien: es cosa curiosa y hasta digna de risa, pero que explica mi pensa- miento de un modo especial. Era una noche de invierno en la cual llovía coplo- samente; á la débil luz de una bujía, y encerrado en mi celda, leía yo un tratado sobre la herejía de los milenarios. De repente la campana del convento hizo la señal de descanso, y yo cerré mi libro, apa- gué la luz, pedí la bendición á la Virgen Santísima, y me acosté en la tarima, sepulcro de mis tristes pensamientos, como dijo cierto autor. A poco me dormí, y comencé á soñar sobre lo mismo que había leído. Durante aquel sueño fuí milenarista, es decir creí que el mundo se había acabado, y que los San- tos todos, resucitados ya en cuerpo y alma, habían vuelto á la tierra, para gozar de sus delicias por es- pacio de mil años. Alliestaban los patriarcas y profe- tas del Testamento Antiguo, los Apóstoles de Cristo, sus mártires gloriosos, sus confesores innumerables, sus vírgenes sin mancha, y todos los demás justos y personas buenas que practicaron la virtud sobre la tierra; pero esta, no sé por qué extraña coincidencia, estaba tan llena de miserias como ahora. Así que tomaron posesión del mundo, cada uno se dedicó 4 sus ocupaciones favoritas, y á la práctica de la vir- tud á quese sentía más inclinado. Los Padres y Doctores de la Iglesia se acogieron á las bibliotecas, los monjes á los desiertos, las vírgenes á los claus- tros, los Obispos á sus catedrales y los casados á sus casas. Santa Cecilia se ocupaba en cantar salmos, el

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